31 diciembre 2007

Pinta bien


Sólo contarles que acá ya tenemos con nosotros, recién estrenadito, el 2008 y se ve precioso y muy muy prometedor. Tres horitas y pico de uso y todo es fiesta, fuegos artificiales y alegría. Cuidémosolo que pinta bien la cosa. Se los cuido hasta que llegue por allí, en unas horitas. No se empachen con pan dulce, brinden con el corazón y bailen a rabiar. ¡Salud, gente hermosa, y salud, 2008! A vivirlo se ha dicho: ¡que empiece la fiesta!

30 diciembre 2007

Envío directo

El lunes 31 de dicembre tengo un casamiento. Sí, escucharon bien. El 31. En fin, ya me quejé y dije qué barbaridad, y a quién se le ocurre y con quién voy a dejar a los chicos, etcétera, así que pasemos a la anécdota: Coni, Jere y yo en el Seven Eleven eligiendo una tarjeta para acompañar el regalo. Coni me mostraba esta de acá, la otra de más allá, y Jere también: agarra una y me dice: "Mami, qué te parece esta?". La miro: la tarjeta tenía el dibujo de una llama ardiente, un maguen david y decía "with deepest sympathy". "No, Jerito: esa es para cuando alguien se muere", le explico mientras retomo la búsqueda. Seguimos revolviendo tarjetas, pasan unos cuantos segundos y en eso Jere, saliendo del silencio pensativo en el que se había sumido, me pregunta:
-Y qué, ¿¿se la mandan hasta al cielo??
(después de mi risa-sonrisa le explico que no, que me expresé mal, que la tarjeta no es para el muerto... ¡¡¡sino para los que lo sobreviven!!!).

Hasta la próxima, y Feliz Año Nuevo para todos. De todo corazón.

24 diciembre 2007

Más sólo que un judío en Navidad

Y sí, la frase no es muy original pero a ver, díganme ustedes, hermanos judíos, y con una mano en el corazón: ¿quién no ha deseado íntima -culpógena, paranoica, desesperadamente, ser goi por un día, siendo el tal día Navidad? ¿Quién no ha soñado con el arbolito, los regalos, Papá Noel, los renos, las botas rojas repletas de golosinas, el gorro con pompón, las cajas de regalos con cinta y moño como en las películas, y hasta la nieve y las canciones de Navidad? El clima se va acercando de a poquito, crece como una bola de nieve hasta que no hay ni un rincón de la ciudad no-navideño. Vas al supermercado y hay ofertas de pavos y catálogos verdirrojos; prendés la tele y dan las mejores películas de Navidad que te puedas imaginar (ah, aprovecho para confesarles que las películas de Navidad son mi género preferido); sin darte cuenta estás llevando a tus hijos al shule tarareando bajito Jingle Bells, jingle bells...
Este año declaré en la cena de hace unos días, así como al pasar, mis ganas de poner el arbolito. Sergio casi me mata mientras mis hijos soñaban ya con los regalos. Me hizo acordar a cuando el papá de Débora Sandhaus, mi amiga de la primaria, adornó en su casa de la calle Burela el hermoso pino que tenía en el jardín, con típicas decoraciones navideñas pero aclarando -y se trataba de una familia muy judía- que era un árbol de Jánuca, pero con regalos. Todavía resuena en la memoria auditiva y sensitiva de mis recuerdos cómo lo criticaron al pobre David y cuántos lo querían colgar a él mismo del arbolito y no precisamente del moño de la camisa.
Durante los últimos tres o cuatro días hubo por lo menos tres amigas que me dijeron "che, tenemos que ver qué hacemos el 25" y yo adiviné en ese chetenemosquever un acuerdo tácito entre judíos de que el 25 nosotros no somos ni parecemos pero tampoco queremos quedarnos en pampa y la vía: si "todos" se reúnen algo hay que hacer. El grito ahogado de la desesperación frente a la soledad, o lo que es peor: la soledad de observar cómo otros festejan y abren regalos y nosotros -los reyes de los festejos y las comilonas- esta vez miramos con la nariz contra el vidrio.
Para mejor ilustrar los ocultos deseos de nosotros los judíos en vísperas de Navidad paso a relatarles lo que pasó esta noche (24 de diciembre acá) en casa: cena común y corriente de ensaladas y ñoquis a la bolognesa. Después de la fruta, desesperadamente, empezamos a buscar alguna película de Christmas en la tele, los cinco acurrucados en el sillón como esperando la redención. En un canal daban un programa con los típicos villancicos. Eso no. Busquemos otro. A ver: ahí, dejá ahí que dan una película de Navidad! Era malísima, pero era la única y la empezamos a ver. Cuando terminó los chicos se fueron a sus camas. Jere pide que cuando termine de hacer mis cosas le vaya a dar un besito de buenas noches como siempre. Y he aquí el desenlace. Cuando llego a la habitación de Jere lo veo acostadito en su cama, bien contra la pared, y todos sus muñecos en la cama, en ronda, frente a él. Era todo un espectáculo.
-"Mami, estos son mis amigos y no son Jewish"
-Ah
-Así que estamos festejando Navidad... ¿Está bien?
-Claro, mi amor
Chuick. Besito de buenas noches.
Cuando me voy, después de apagar la luz, escucho que Jere tararea bajito y feliz Jingle Bells Jingle Bells y les reparte, a sus cada uno de sus "amigos no-Jewish" un regalo improvisado de su cajón de la mesita de luz. Claro, el único que no recibió regalo fue él, pero creo que se durmió feliz.
En fin, prometo para el año que viene ignorar con fe sincera los villancicos, los árboles navideños, las lucecitas de colores, el espíritu festivo, los saludos de Merry Christmas, las ofertas de pavos y ciruelas, las cajas con moño y al mismísimo Papá Noel.
Ah y, mami: lo del árbol era sólo una epxresión de deseos, quedate tranquila (dieciocho años de educación privada judía no han caído en saco roto... ¡¡¡ni siquiera en Navidad!!! Snif snif snif!!!).
Hasta la próxima. Nos vemos en Reyes. (Perdón: quise decir "nos vemos pronto")

Toqué el cielo con las manos:

conseguí mayonesa Helmanns.
Oh, a qué mundanas pasiones y alegrías por nimiedades nos llevan los placeres del paladar...

19 diciembre 2007

Dos diálogos cortitos


Llegó el boletín de Coni. Acá lo mandan por correo una vez terminadas las clases (por lo menos en Bialik). Nos sentamos alrededor de la mesa ratona a leerlo, Coni presente. Las notas buenísimas, los comentarios también. Coni chocha. En un momento leo -en voz alta, como lo venía haciendo- "Coni is a diligent, keen* student who applies herself very well ...bla bla bla" A Coni se le ilumina la cara, la sonrisa anchísima, los hombros levantados, de repente no cabía en sí de orgullo y vanidad.

-Viste, soy una Queen
-No, Coni. "Keen". Dice "keen student", no "queen student"
-Ah
*keen=entusiasta
__________________________________
Henry cumplió seis meses y estaba por empezar a comer sólidos por primera vez. Coni les cuenta a las amigas, la mar de entusiasmada que ese día cuando volviera del cole Henry iba a comer. Vuelve a casa, montamos la escena, Henry come una papilla, sacamos la foto, pone cara de asquito, escupe, etcétera. (O sea: lo típico).
Llega Coni al día siguiente al cole y les cuenta a las amigas que Henry finalmente comió por primera vez.
Se da la siguiente conversación (en inglés):
-Sabés -le dice Dana, una de las amiguitas de Coni que es israelí, a Samantha, otra amiguita - que Henry empezó a comer salads
-Salads? -pregunta Samantha sorprendidísima - Tan chiquito?
-Sí, me dijo Coni
-Coni!!! -la llama Sami- así que Henry empezó a comer salad??
-Salad?? No!
-Sí -le dice Dana a Coni - Vos me dijiste.
Coni se queda pensando. De repente entiende, sonríe y le dice:
-No, Dana. Dije "solids": He´ll start on solids, no " on salads".
-Ah

Fin - The End


17 diciembre 2007

El parto más largo del mundo

Sábado a la tarde. Mc Donalds (y bueh, el que nunca fue a Mc Donalds que tire la primera piedra!). En la mesa de al lado había dos mujeres y dos niños. Una de las mujeres llevaba pañuelo en la cabeza y entre ellas hablaban lo que a mí me parecía era árabe. En un momento salgo al pelotero a ver a Coni y Jere, y sale también el varoncito de la mesa y se me acerca. Le hace monerías a Henry y yo me pongo a hablar con él.
-¿En qué idioma estaban hablando ustedes? ¿En árabe?
-No -me contesta, lacónico (o quizás tímido) el nene, unos cinco o seis años él.
-Y decíme, lindo, ¿esa del pañuelo es tu mamá?
-Sí.
-Aaaah. Y decíme, ¿de dónde son ustedes?
-Y... -me mira, con sus ojos negros haciendo memoria, se veía que me quería dar la respuesta acertada pero que no era tan simple, tan lineal.
Le vuelvo a preguntar:
-¿De dónde son?
-Mi papá es de Vietnam. Mi mamá de Turquía.
-¿Y vos?
-Yo... yo nací mitad en Sri Lanka y mitad en Australia.

(Oh my god, ¡¡qué parto largo!! pobre mujer, pensé, ¿habrá sido un parto en el avión? ¿Una emergencia? ¿Un parto prematuro? ¿Una colaboracíon médica internacional? ¿Un trabajo de parto de varios días?)
Pero no, claro, lo que el nene me había querido decir era que nación en Sri Lanka, pero que cuando era recién nacido se vinieron para Australia. La mamá me lo aclaró todito todito mientras se terminaba el big mac con papas fritas y me miraba con cara de no podés ser tan tonta como para haber entendido otra cosa. Todavía me quedaba preguntarle en qué idioma hablaban y pedirle que me repitiera por enésima vez el nombre de su hijo que no había podido captar (¿Untu? ¿Utum? ¿Hutu? ¿Nuhut?) pero preferí, como pocas veces, hacer un culto a la curiosidad abriendo el pico sólo para terminarme mi Quarter Pounder con queso. Nos saludamos con un tibio bye, mientras ella habrá pensado "estos argentinos son medio lelos", y yo pensaba "estos vietnamitoturcosrilankeses no tienen piedad". A lo lejos, Untu (¿Utum? ¿Hutu?...) me sonreía, ajeno a todo, con levedad. No pude menos que devolverle la sonrisa a quien fuera -al menos por unos minutos- el bebé del parto más largo del mundo.

13 diciembre 2007

Literalmente

El sentido figurado - su comprensión- implica un escalón más en la comprensión del idioma. Es como la ironía, o mejor dicho la sátira: para entenderlas hay que conocer el producto base. Por ejemplo en una sátira de Caperucita Roja en la que el lobo en vez de comerse a la abuelita la asalta y pide rescate, hay que conocer primero la veradera versión de Caperucita para que nos dé gracia la versión modificada. Con el sentido figurado pasa algo similar. Y, evidentemente, es una de las cosas que se pierden cuando no se trata de la lengua madre de uno, o, tratándose de ella, se vive en otro idioma, como es nuestro caso. Entonces, a pesar de los intentos de preservar el tesoro, el hecho de no vivir rodeado e inmerso en esa lengua genera pérdidas, baches en la comprensión, pequeñas lagunas. Por ejemplo, cuando Coni juega al básket le gritamos "¡¡poné huevo, Coni!!!", y Coni nos mira y por la expresión de nuestras caras, la agitación de manos y también porque llegó de más grande, entiende, o mejor dicho puede llegar a darse una idea de lo que queremos transmitirle (es decir: sabe perfectamente que no le estamos pidiendo que ponga un huevo en algún lado, literalmente, sino que entiende que es una arenga deportiva para que deje el alma en la cancha). Pero Jere, que llegó aquí cuando tenía uno y medio, entiende el castellano de manera mucho más literal. Para él poné huevo es tomar un huevo y ponerlo en otro lado - salvo que le expliquemos. "No tirar la toalla" no implica en su mente seguir luchándola hasta el final sino, literalmente, no dejar la toalla en el piso tirada. En base a esto es que siempre nos acordamos de cuando una vez le dije a Jere:
-Gordo, cuidado, no toques eso que está caliente.
Jere se puso a llorar desconsoladamente. No entendíamos porqué.
-¿Qué pasa Jerito, por qué llorás?
-Buaaaaah, buaaaaaah
-¿Qué pasa, gordo?
-Buaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah. (Más fuerte aún)
-Dale, Jere ¿por qué llorás? Decinos.
-¡¡¡Es que yo no soy gordo!!!!
Nos matamos de la risa (no literalmente). Y le explicamos lo de los apodos cariñosos, como gordo, bombón, cuchi cuchi, bicho, bichito, pichón, etcétera (sólo dios sabe la variedad que hay! Habría que estudiar zooolgía para ser experto en eso). En fin: no sé si Jere se quedó pancho, se quedó en el molde, o estaba en las nubes... pero lo que es seguro es que cada vez que le decimos algo nos fijamos primero qué sentido literal tiene. Por las dudas.

09 diciembre 2007

Spanglish

-¿Qué hacés mañana, Jere?
-Tengo un cumple.
-¿De quién?
-De Harry.
-¿Cuántos años tiene?
-Tiene 5 pero is cumpling 6.
______________________________

-Mirá este juego Jere, ¿no es genial?
-Sí, mami está culísimo* *(cool= genial, en inglés)

07 diciembre 2007

La denuncia policial

Aire acondicionado. Sillones tapizados. Olor a pinos silvestres. Baldosas relucientes. Aire puro, sin rastros de tabaco en el ambiente. Él: perfume francés. Sonrisa respetuosa. Impecable uniforme -pero cómodo-. Si no hubiese sido porque empecé a hacer la declaración del robo de la bici, no me hubiese dado cuenta de que estaba en una comisaría. La imagen guardada en mi retina ancestral de lo que es un destacamento policial no condecía en ninguno de los dos sentidos -visual y olfativo- con lo que ayer viví.
La declaración tomó apenas diez minutos. El sargento meneaba la cabeza mientras yo le relataba que, de la cochera al aire libre de mi casa, me robaron la bicicleta azul de mi hijo, que era casi nueva. Le daba una bronca bárbara: "Algún bastardo se la llevó para entegarla como regalo de Navidad", me dijo. Y la palabra bastardo estalló en mis oídos dulce como una venganza. Ya está: aunque la bici no aparezca nunca, aquél sargento de policía -Paul- mascullando rabia frente al simple robo de una bici en su distrito, me habrá devuelto para siempre la esperanza en una fuerza policial que está de verdad-pero de verdad verdadera- "Al Servicio de la Comunidad"...

05 diciembre 2007

Y en Australia también


Qué desilusión: nos robaron la bici de Jere. Quedó en la cochera de casa, que es en realidad un espacio guarda-coche, o sea abierto, y se ve desde la calle. Ahí tenemos también la cortadora de pasto, una mesa con sillas para los chicos, pelotas, todo, todo a la vista. Considerando que ya van cuatro veces que nos fuimos de casa olvidándonos la puerta abierta (léase: de par en par, no es que solamente nos olvidamos de cerrar con llave, sino que la dejamos abierta, como para que entre Elihau Hanabih, digamos, para ser gráficos); decía, considerando que nos olvidamos la puerta abierta cuatro veces y nunca nos faltó ni un alfiler, podríamos decir que nuestra ingenuidad (¿alguien dijo gilada, por ahí?) mostró su lado flaco.
Jere no está angustiado pero yo tengo una bronca bárbara. Hoy puse un cartel en la calle "invitando" a la persona que se llevó la bici "para dar una vuelta" que por favor la devuelva, que mi hijo la está esperando. Mañana voy a hacer la denuncia a la policía. Después les cuento (va a ser interesante ver cómo tratan el tema -y a mí- acá. Mi vecina me contó que justo hoy tuvo la reunión mensual de Neighbourhood Watch, que es la asamblea de vecinos que se reúne regularmente para llevar el recuento de delitos en el barrio, implementar sistemas de alerta entre los vecinos, mejorar la seguridad. Todos los meses -o quizás es cada dos meses, no me acuerdo- llega un resumen a las casas diciendo si hubo robos, qué robaron y cómo entraron al lugar. Qué triste que en el del mes que viene esté nuestro caso :(
En fin. Vieron que acá también tenemos nuestros propios ladrones locales. Los mantendré al tanto de las novedades.

03 diciembre 2007

Un dialoguito con Jeremías

-¿Qué tal te fue en el jardín, Jere?
-Mal
-¿Por?
-Por Gali* *(Gali es la maestra de Jere de hebreo)
-Es mala.
-¿Por?
-Porque sí. Es mina.
-¿Qué?
-Es mina
(Guau, pensé, cómo sabe Jere esa palabra si llegó cuando tenía un año y medio...)
-Ajá. A ver, contame un poco más.
-Es mina. ¡Muy mina!
-.... ¿Gali es muy mina?
-Sí
-Jere, prestame atención: Gali, tu teacher, la gordita, ¿es muy mina?
-Sí. Papi también dice.
-¿Qué? ¿Qué decís?? ¿¿¡¡¡Papi dice que tu teacher Gali es muy mina!!!???
-Sí. Es más mina que Rachel* *(la teacher de inglés)
-¿¿¡¡Qué!!??
OK. Eso ya era demasiado. Así que empecé de nuevo. Y pregunta va, pregunta viene, le digo:
-Pero Jere, a ver: ¿qué quiere decir mina?
-Mina, mami, mina: como "mean"
-Aaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhh. "Mean".
Gali es mean, un poquito mala. Se dice mean también, aunque sea mujer. En inglés se dice igual para varón que para mujer. Un hombre gordo es fat y una mujer gorda es fat, no fata.
-Sí, pero yo lo estaba diciendo en castellano, mami!...
-Pero mean es en inglés, Jerito. En castellano se dice mala, ruda, agresiva.
-Ah.
-Vení que te doy un beso. Te quiero mucho. Chuick. Chuick. Chuick.
-Y mami... ¿por qué estás tan contenta ahora?
-Por nada, mi amor, por nada.


FIN*

GALI y RACHEL


*Aclaración: tengo que aclarar so peligro de divorcio que Sergio nunca dijo ni "a" de las teachers, pero Jere es un experto en poner el discurso a su favor :). Cuando más tarde le volví a sacar el tema y le pregunté si era cierto que papi había dicho eso de las teachers (porque me resultaba imposible de creer) Jere puso cara de póker y dijo "no, YO dije... ¡pero papi se quedó callado!
Hasta la próxima




01 diciembre 2007

"Always wear clean underwear"...

Me fascina cuando me pasan cosas que son típicas de los sueños, o de la imaginación popular. Tan típicas que no pasan nunca, hasta que te pasan. Ayer estuvimos invitados a cenar a lo de unos amigos (o, mejor dicho, amigos en potencia, todavía no sabemos cómo se desarrollará la relación). Son los papás de una compañerita de Jere del jardín. La cena era a las seis (sí, sí, ya sé: qué temprano). Prometí llevar una torta. La compré con mis propias manos. A las seis estábamos todavía como a ocho minutos, y por ser la primera vez y por cortesía y porque dicen que la primera impresión se da en los primeros dos minutos -nosotros ya llevábamos seis de desventaja- y porque el celular lo permite, llamamos para avisar que estábamos un poquitín retrasados. A las seis y nueve estábamos en la puerta. Bajamos nosotros, los chicos, a Henry, al cochecito, la torta, el bolso del bebé y los abrigos mientras Venee (es como René, pero con V) salía a recibirnos. Descalzo. Ok, pensé, hace calor. Saludo va, presentación viene, qué linda zona, sí, me la alquilan del trabajo la casa, ah, qué bueno, ésta es Coni, hola Coni, y a Jere lo conocés, sí, pasen, pasen... Rachel estaba esperando adentro. Cuando llegamos a la entrada noté con alivio que ella tampoco se había cambiado de ropa (nos habíamos visto ya a la tarde, en un cumple). Pero de repente descubro que ella también estaba descalza. Y al mirar un poquito más allá, ¡vaya sorpresa! al ladito del umbral unos estantitos lleeeeeeenos de zapatos.
-Ah -le digo- ustedes no usan zapatos, ¿no?
-No, en la casa no...
-No, claro, en la casa me refería, ¿te imaginás si no? jaja
-jaja...
-jaja...
-jaja...
-jaja...
.jaja...
Rachel torta en mano y yo jajá jajá porque en realidad, mi cabeza, a mil por ahora, repasaba mentalmente la higiene pédica de mi familia y la mía propia, imaginando uñas gigantes, hongos sin curar, medias con agujeros, roña incrustada en la comisura de la uña del dedo gordo, callos, durezas y olor. (Es como cuando tenés un accidente en la calle y lo primero que pensás es si estás depilada y si tenés la ropa interior en condiciones.)
-Pasen - dijo por fin Rachel
Y pasamos nomás. Jere feliz de la vida cuando le dije que se tenía que sacar los zapatos: siempre es al revés, él se los quiere sacar y yo no lo dejo: "es mala educación", le digo. Pero ya ven: hasta el concepto de mala/buena educación es relativo, y sobre todo culturo-dependiente.
Y así, todos descalcitos, pasamos una velada maravillosa con Venee y Rachel (él es indio y ella americana, de Vermont), comimos couscous con porotos, tarta de espinaca y otra cosa que no sé.
Eso sí: estábamos todos limpitos, gracias a dios.

29 noviembre 2007

Desde le mesa de un bar

Me gustaba hacerlo en Argentina, en Israel, y también acá. Según tengo entendido, me viene de herencia por parte de abuelo materno. Hablo de algo simple -pero inmenso: sentarme a mirar. Mirar por mirar. Mirar la gente que pasa. Mirarles las caras. Los gestos. La inclinación del cuerpo al pasar. Mirarles las manos, los rasgos, los gestos distintivos, la totalidad. Me da un placer inmenso, sobre todo, si estoy sentada en un café vidriado. O, si el clima lo permite -y eso es ya el paraíso- en un café al aire libre. En una de esas mesitas de afuera, cuando no hay viento, ni lluvia, ni mucho frío, ni mucho calor, ni -especialmente acá en Melbourne- moscas. Entonces sí: me resulta una fiesta. Mirar los pasos, los looks, las combinaciones, las parejas desparejas, las madres apuradas, los ejecutivos ceñudos, los jóvenes despreocupados. Mirar no la ropa en sí sino la manera en que la llevan. Mirar lo común y lo extraordinario, lo cotidiano y lo llamativo. Mirar, mirar, mirar, mirar. Puedo pasarme horas. Claro está que luego vienen las elucubraciones a las que me lleva mi fantástica imaginación: esos dos que vienen ahí son divorciados; ésa se rateó del cole; ése tiene fortunas; ésa está embarazada (pero todavía no lo sabe)... No podrán decir que no me divierto barato (iba a decir gratis pero hay que considerar el costo del café). En Australia, a este heredado y bello pasatiempo se le suma la bendición de la variedad cultural y racial: veo somalíes, afganos, chinos, nepaleses, vietnamitas, malayos, israelíes, singapurenses, indios, japoneses, rusos, suecos, aborígenes, sudaneses, coreanos y la lista sigue. Un festival para mi mente y mis ojos. Mi abuelo se hubiera divertido de lo lindo, acá en Australia, sentadito nomás. A veces, para mis adentros, lo invito a un café, y nos sentamos los dos a mirar la gente pasar y todo todo nos parece "fenómeno", como decía él. Ay, abuelo, mirá esa que cruza ahí, el perro es más grande que ella. "Fenómeno", me diría él, y se reiría bajito, con los dientes apretados y los labios separados, mientras miraría, sin parar, la gente pasar.
Acá abajo (no se lo pierdan) les pongo el link para que vean a Piero cantando "Las cosas que pasan", que si bien es una canción de protesta habla de las cosas que se ven cuando uno mira desde la mesa de un bar:

27 noviembre 2007

Bésame Mucho

Les había prometido poner en el blog mi cuento "Bésame Mucho", que recibió una mención en un concurso literario. Se los voy a tener que habilitar en formato de entrada ya que no sé cómo hacerlo de otra manera (si estuviera publicado en Internet les haría un vínculo, pero no lo está. Demás está decir que si alguna alma caritativa sabe y quiere compartir conmigo cómo alojar documentos word en un blog será muy bien recompensada (?).
Bueno, aquí va:

Bésame mucho
por Daniela Roitstein

José tenía una mujer y un hijo. Un club de fútbol cada vez más lejano y una pasión por el asado que no podía dejar de lado. Por más que supiera que aferrarse a la frase “no hay como la carne argentina” era kitsch hasta el hartazgo, no lograba deshacerse de la sensación de agua en la boca al oler carne asándose con lentitud. Sólo que no lo decía. Y tenía incorporadísima la manía de saludar con un beso. No podía evitarlo, aun sabiendo que ello no cuadraba en un país anglosajón. Por eso, tenia bien elaborada la estrategia: Había que tener siempre un papel tissue en el bolsillo, para el disimulo. Había que evitar pisar a la contraparte, porque ahí sí quedaba todo expuesto impúdicamente. Irremediablemente. Había, sobre todo, que actuar con altura. La celeridad en los movimientos y los reflejos rápidos eran la piedra basal. Ayudaba siempre tener el pelo un poco largo, para cubrir mas no sea un cuarto de perfil al dejar caer la cabeza hacia abajo, con la mayor naturalidad posible, luego del beso fallido. Y nunca, pero nunca, había que disculparse. Eso era el fin.
La última vez que le había pasado lo manejó tan bien que casi lo arruina todo con una sonrisa triunfal prohibida por el manual no escrito del disimulador profesional. A dios gracias, se sobrepuso con un siempre bienvenido “so nice to see you again” que justificaba cualquier gesto alegre que pudiera haber dibujado su rostro en el saludo.
Ningún inmigrante debería poder recibir su visa sin haber tomado antes un curso sobre “cómo sobrevivir a situaciones embarazosas: ¡salude sin besar!”. Eso pensaba José, a menudo.
Como dijimos, él lo tenía estudiado esto del saludo, del ademán. Primero era cuestión de mentalizarse: algo así como atarse las manos en teoría, y por sobre todo la cabeza y el cuello. Pero si pasaba, y eso era moneda corriente por lo menos en los primeros cuatro meses, había que actuar con la suavidad de una gacela y la ligereza de una liebre. Primero, bajar la cabeza por completo y agachar el tronco, dejando caer el pelo para cubrir el posible rubor (inevitable en los inmigrantes primerizos o recién llegados). Los brazos son los primeros en aparecer por el aire, para disimular el gesto equívoco de la cara. Llevar varios anillos o pulseras vistosas ayuda a desviar la atención. (De ser hombre el inmigrante puede reemplazar las joyas por algún tatuaje exótico). Inclinado el cuerpo y llevada la atención hacia los brazos, el inmigrante tiene dos opciones: una es continuar con la inercia del frustrado beso y agacharse del todo haciendo el ademán de atarse los cordones. Esta triquiñuela tiene la obvia desventaja de que uno lleve, justo ese día, mocasines o tacos. Allí es cuando se debe echar mano a la estrategia número dos, la cual tiene sus riesgos pero cuando triunfa, es la que garantiza el mayor de los éxitos. Veamos: El latino comete el error de querer saludar con beso y cuando quiere acudir a la opción A, nota que lleva zapatos sin cordón. Su rostro está ya irremediablemente apuntando hacia el saludado, inclinado sobre su mejilla derecha, su boca ya está fruncida en posición de beso, ladeada la cabeza unos doce centímetros hacia la izquierda. Está tan cerca que hasta puede oler la piel del saludado, sentir su respiración. Oler su desconcierto. La suerte está echada. Oler, oler. Allí está la clave, el quid de la cuestión, la madre de todas las naves. Oler… Entonces sólo es cuestión de actuar con elegancia, y decir -acercándose aún más-: “what a beautiful perfume”. El saludado escucha, el inmigrante se aleja suave pero decididamente. Espera. La suerte está echada. La pelota está en la cancha del adversario. Ya más nada puede hacerse salvo tragarse el beso, tragarse el saludo latino efusivo y abracero, tragarse la fama de fogosos que tienen los latinoamericanos y saludar con un apretón de manos más o menos firme. O con una imperceptible inclinación de cabeza.

José lo tenía bien estudiado el asunto, como dijimos. Después de nueve meses de vivir en la ciudad australiana de Melbourne, y habiendo pasado otro tanto en medio de los ortodoxos de Jerusalén, sus reflejos de inmigrante estaban lo suficientemente aceitados como para no caer en trampas de recién llegado. Sin embargo, sus costumbres argentinas tenían una vida interior propia, latente. Vivían ocultas y camufladas en cada uno de sus gestos, en la expresión de su voz al cantarle a su hijo de cuatro las canciones de María Elena Walsh, en la necesidad de ponerle edulcorante al café, en la ilusión de encontrar un bar abierto a las tres de la mañana lleno de jóvenes o de viejos, o de gente. Sus costumbres argentinas lo dejaban al descubierto y sin defensas, principalmente, cuando había que ponerse la camiseta. En el último Mundial de Rugby, para darles un ejemplo, lloró a moco tendido con el Himno Nacional cuando Australia jugó contra Argentina en un desparejo desafío deportivo: se puso de pie frente al televisor, desentendido de los amigos peruanos, chilenos y bolivianos que se habían reunido a comer (una especie de tarteleta individual rellena con carne, lo más parecido que encontraron a las empanadas)r, y con la mano en el pecho cantó Oíd mortales con el sentimiento que le había conocido a Goyeneche en los tangos que nunca valoró. Ese día, por caso, también se dio cuenta de que ya era hora de aprender el himno local.
José tenía también la costumbre de la torta de Chocolinas. Y justo se acercaba el cumpleaños número seis de su hija Lola. Su mujer ya tenía un esquema perfectamente estudiado para fiestas de este estilo: Sándwiches de miga, salchichitas de copetín, medialunas con jamón y queso, empanadas de carne, y torta de Chocolinas. No tan caro, no tan sofisticado, pero no quedaban ni las miguitas. Recordaban siempre que el año anterior, cuando se disponían a despatarrarse en un sillón y disfrutar como se suele hacer al retirarse el último invitado, lo único que había quedado en pie había sido un resto de sándwich mordido de jamón y morrones y medio vaso de Coca. That’s it.
Pero este año la mano venía más complicada. Los nueve meses que habían pasado desde la llegada no les había alcanzado a los Soner para encontrar los equivalentes en el supermercado australiano, a sus objetos-fetiche del Carrefour de Mansilla y Bulnes en pleno barrio porteño de Palermo: la manteca era siempre o muy salada o muy sosa, la leche muy aguada o demasiado cremosa, la mermelada muy azucarada, la tapa para tarta cuadrada en vez de redonda, los ravioles carísimos, las salchichas extrañas y las medialunas gigantes. Por no mencionar el tamaño exagerado de las sandías y el gusto a medio camino de las batatas. ¿Y cómo puede ser que no exista el queso blanco Mendicrim? Tienen la góndola poblada de los más variados e inimaginables tipos de manteca y no tienen ni un mísero ejemplar de queso blanco. Y la mayonesa, qué gusto raro. Anyway.
Salieron José y Maria ese día temprano para ir junto al Coles. Maria trabajaba como maestra de español y José en un negocio de grandes proporciones que vendía, en las dos manzanas que ocupaba, solo accesorios para aspiradoras. Dos manzanas completas solo para vender filtros, mangueras, bolsas de repuesto y más filtros. Que extraño, pensaba José. “Para nosotros”, contestaba siempre Maria. Sí, claro, para nosotros, afirmaba José no muy convencido. Y siempre el mismo diálogo, mas o menos sábado de por medio, cuando salían a hacer las compras, a solo una cuadra, pero con el auto.
Ese día flotaba en el aire un viento exótico. Eran las nueve, el pronóstico decía parcialmente nublado y vientos leves a moderados del sur. Llevaron abrigo y sandalias, porque “si no te gusta el clima en Melbourne, esperá cinco minutos”, aprendieron al llegar. Se subieron al auto automático y grande, José a la derecha para manejar, lo cual todavía no dejaba de sorprenderlo (si todavía, cada vez que veía un perro o un niño en el asiento delantero izquierdo, le tomaba unos segundos reponerse de la sorpresa y entender que el volante está en realidad del otro lado, y que los perros no manejan tampoco en Australia...).
-¿Qué te pasa?
-Nada.
-¿Y por qué esa cara, entonces?
-No, nada. Qué se yo. El cumple.
-¿Qué pasa con el cumple, María?
-Nada. La torta.
-¿Qué pasa con la torta?
-Nada. Qué se yo. Las Chocolinas.
-¿Qué pasa con las Chocolinas?
-Nada, nada. Pero el Mendicrim.
-¿Qué pasa con el Mendicrim, María? ¡Y no me digas “nada, nada’ y “qué se yo”, hablá de una vez!
-No, nada. Digo, bueno, qué se yo. Es que no hay, entendés, no hay nada como la gente acá, no hay un mísero paquete de Chocolinas y ni un mísero pote de queso blanco para hacer una simple torta de cumpleaños para una nena de seis, ¿entendés? ¿Cómo puede ser, eh, decíme? ¿Qué tienen en la cabeza estos australianos, eh, decíme?

José calla. María solloza. Desvía una lágrima con la manga de la camisa.

-María.
-Qué.
-¿Te calmaste?
-Sí. Ya está. Pasó.
-Vení, dale. Vamos a la góndola de las galletitas. Las de Arnot no quedarán tan mal, ¿no? Las de chocolate, digo. Y mirá, ahí están los quesos. ¿Qué te parece el Philadelphia? Puede andar, ¿no?
-Sí, supongo. Ah, mirá. Ahí hay está la góndola de Nestle. Llevo dos latas. Mejor tres. A la gorda le fascina con mucho dulce de leche. ¿Cuánto tiempo dijo tu vieja que había que hervir la leche condensada?
-Hora y media. Con la lata cerrada. Pero déjalas menos, ella siempre exagera.

Pagan. Salen. María quiere manejar, se siente mejor. Compraron todo para la torta y consiguieron unas salchichitas muy ricas y unos panes bien finitos para los sándwiches de miga, que este año serán caseros. Queso de máquina y mayonesa de verdad. Las empanadas las reemplazaron por fruta, que es más sano. Y bueno, algo hay que ceder.
José siente paz. María saca la llave, baja las bolsas del auto y prende el televisor. Lo hace automáticamente desde hace nueve meses, para acostumbrar el oído. Conoce la programación de memoria. Prefiere la tele a la radio por la compañía, por los colores. Y porque le gusta el presentador de las noticias del siete. No entiende todo, pero cada día, le dijeron, aprende una palabra nueva, o dos. Por la edad. Lola será bilingüe en poco tiempo, le dijeron. “Sí, si ya me corrige la muy pícara. Se sabe todos los nombres de los animales y yo todavía no me puedo aprender el nombre de la remolacha ni diferenciar los distintos tipos de lechuga en la góndola de las verduras”.
Suena el timbre.
-¿Vas?
-No, dale, abrí vos que estoy guardando todo en la heladera. Y tengo que vaciar el dishwasher. Te digo, todavía no sé si me ahorra tiempo o me complica más, este aparato. Dale, abrí vos please que debe ser Jayson.
Chirría la puerta. Se escucha una emoción. Un silencio efusivo. Un llanto reprimido. Se escucha un abrazo.
-¿José? ¿Quién era?
Calla José.
--¿José?
Silencio.
Decide ir, María. Camino a la puerta ve una escena increíble. Se refriega los ojos, enfoca nuevamente y, de pronto, sonríe. Ve a José. Ve a Jayson. Ve a José y Jayson abrazados, efusivos, compartiendo una emoción. Un saludo atípico para el lugar.
-What’s going on here?, abre María el diálogo
-No, nada. Jayson vino a saludar. He came to say goodbye. Se va, Jayson.
-Oh, are you moving? Where? Which suburb?
Jayson sonríe.
-No, María. Se va. Se va del país. Emigra.
-Oh, I see... Traga María una saliva medio amarga. Justo los únicos amigos locales que se habían hecho, están ahora con las valijas hechas.
-¿Y aa dónde se van? Where are you going to live?
-Chile. Santiagou. Unbelievable, isn’t it? You came here, I go there..
Sonríe, María. Traga saliva, José. Se afloja, Jayson
-¡Venga un abrazo, amigo! Give me a hug. You need to start practising.
Ríen. Se abrazan. Lo besa, María. Devuelve el beso, Jayson.
The latin way. That’s it.

26 noviembre 2007

Jeresopo


Paseo matinal al Seven Eleven: yo empujando el carrito y Coni y Jere con sus scooters (o sea: la versión moderna del monopatín) a toda velocidad. Eso se viene repitiendo desde hace unas semanas, gracias a dios sin haber aún atropellado a nadie...
Iba el domingo, como les decía, con mis tres hijos, yo atrás y ellos delante cuando Jere me grita, después de pasar raudamente por encima de algo en la vereda:
-"¡¡Mamiiiii, pisé sangre!!
Me acerco, miro y le digo:
-No es sangre. Son ciruelas aplastadas.
-Ah, pensé que era sangre - dice. Después, dirigiéndose a Coni:
-Coni, no era sangre: son cireulas
-Ciruelas - a coro, cual maestritas, le corregimos Coni y yo.
-Cireulas.
-Ciruelas. A ver decí "Ci"
-Ci
-Decí "ru"
-"ru"
-Decí "cirú"
-"cirú"
-Muy bien. Decí "ciruela"
-"Cireula"
-No, no!! Ci-RUE-la
-Ci-REU-la
-No, Jere. A ver, decí "sandía"
-Sandía
-Decí banana
-Banana
-Decí frutilla
-Frutilla
-Decí papaya
-Papaya
-Decí ciruela
-Cireula
-Pero Jere, a ver, decí Manuela
-Manuela
-Muy bien. Decí "cuela"
-Cuela
-Muy bien. Decí "abuela".
-"Abuela"
-Genial. Ahora decí "ciruela"
-CIREULA
Pero Jere, a ver, probemos de nuevo:
-ciruela
-Cireula
-Ci-rue-la
-Ci-reu-la
-Ci-rue..
Mami! (interrumpiendo), ¿sabés qué?
-¿Qué, mi amor?
-Igual, esas cireulas... ¡¡¡¡no me gustan!!!!*
¨
*nota de la bloguera: cualquier similitud con esto corre bajo la exclusiva responsabilidad de Esopo.

24 noviembre 2007

Votar es una fiesta






Hoy se votó en todo el país. Ganó Kevin Rudd. Arrasó, en realidad. John Howard, del partido liberal gobernante, cayó luego de mantenerse en el poder por once años. Y podría seguir contándoles datos y estadísticas, pero el propósito de mi post es otro: hoy les quiero contar cómo, votar, puede ser una fiesta para todos. Salí a la calle con mis hijos a dar un paseo y palpitar las elecciones. El día soleado y de 22 grados no podía ofrecer mejor escenario para el clima festivo y distendido que vibraba por doquier. La gente sonriendo. Los simpatizantes de uno y otro partidos repartiendo panfletos de último momento, uno al ladito del otro sin pelear (acá no hay veda). El cuarto oscuro es claro y visible. Cuando llegás te preguntan:
-¿Nombre? Y se los decís. Te preguntan a continuación:
-¿Votaste en algún otro lado?
Y les decís "no".
Te dan el sobre, vas y votás. Así como escuchaste. NO TE PIDEN NINGUN DOCUMENTO, ni pasaporte, ni licencia de conducir (que acá hace las veces de documento de identidad) ni nada. Vos decís quién sos, declarás no haber votado aún y tu palabra tiene credibilidad. Hay confianza.
¿Qué más vi? El Primer Ministro John Howard fue a votar y se paró en la cola. Tuvo que hacer veinticinco minutos de cola como cualquier hijo de vecino hasta que le llegó su turno.
A las 10: 26 pm admitió la derrota, felicitó al contrincante y agradeció a quienes lo acompañaron en estos años. Al poco tiempo el líder de la oposición daba su discurso declarando su triunfo, el cual empezó felicitando y agradeciendo a John Howard por sus años de gestión. No hubo ni chiflidos, ni intentos de desprestigiar el triunfo (cosas tales como aducir mal recuento de votos... corrupción en el recuento de votos... robo de urnas...: nada de nada, un proceso transparente y limpio). A la noche nos sentamos con los chicos frente al televisor a ver el resultado y los discursos. Para mí fue un inmenso placer vivir un proceso de votación en forma tan democrática y feliz. Para los chicos fue una lección de civismo que disfrutaron a lo grande (estaban muy muy informados del proceso electoral, por el colegio, con lo cual pudieron seguir los acontecimientos del día como partícipes más que como meros espectadores, y eso a pesar de tener 9 y 5 años solamente). Les digo: votar, en Australia, es una fiesta. ¡Si hasta el indio* me volvió a hablar!


*ves post "Rompiendo ídolos"



23 noviembre 2007

Qué me habrá querido decir

Un año entero -¡un año!- estuve haciéndoles a mis alumnos el gesto de "ojo" cuando se portaban mal, o estaban a punto de cometer alguna travesura. Un año de llevarme el índice al párpado inferior, y mirarlos con cara amenazadora, a veces diciéndoles "careful" pero a veces en silencio, a puro lenguaje corporal nomás. Un año. Yo veía que a veces me miraban con cara rara pero por lo general funcionaba. Enseguidita se quedaban quietos, un poco atónitos, eso sí, pero hacían caso. Grande fue mi sorpresa cuando en la fiesta de fin de año, todos ya más relajados, y con la relación alumnó-docente más desacartonada, se levanta Jodan y me dice: Daniela, te queremos hacer una pregunta:


-¿Por qué todos los días te estirabas el ojo tooooooooooodo para abajo?


-¿A qué te referís Jordan?


-A esto (y Jordan imita, con dulce torpeza , mi gesto de "ojo, tené cuidado")




Ahí entendí todo: durante un año yo estuve usando un lenguaje corporal que creía universal, cuando en realidad en Australia, cerrar la mano y dejar el dedo índice apuntando hacia arriba, llevarlo a la base del ojo, sobre el párpado inferior, y estirar levemente el párpado hacia abajo, no significa más que eso: cerrar la mano y dejar el índice apuntando hacia arriba, llevarlo a la base del ojo, sobre el párpado inferior y estirar levemente el párpado hacia abajo...


Cuando finalmente les expliqué, nos matamos todos de la risa y quedó como anécdota, mientras yo para mis adentros me preguntaba qué otros gestos habré estado haciendo por allí que acá en Australia no tienen ningún significado asociado. O aún peor: ¡representan algo grosero o vulgar, o quizás simplemente lo contrario de lo que queremos decir! Por suerte gracias a la bendita televisión no hay que ser Einstein para saber lo que el dedo mayor levantado y los demás cerrados significa. LO que todavía no probé es si el corte de manga -que sería el equivalente al dedo mayor levantado- es universal. Ni pienso comprobarlo (mi positivismo llega hasta aquí).


A continuación va un chiste gráfico un poquitín grosero pero con algo de altura.
"Read between the lines"
Con todo respeto. Hasta la próxima.

21 noviembre 2007

Preguntas prohibidas (aunque pensaba ponerle "Arva Cushiót")

Cuando la famosa tira de Quino se muda a la revista Siete Días, Mafalda se presenta diciendo:
"Entre las cosas que me no gustan están: primero, la sopa, después, que me pregunten si quiero más a mi papá o a mi mamá, el calor y la violencia. Por eso, cuando sea grande, voy a ser traductora de la ONU. Pero cuando los embajadores se peleen voy a traducir todo lo contrario, para que se entiendan mejor y haya paz de una buena vez".
Usándola a Mafalda como ejemplo voy a presentar la lista de preguntas que NO me gusta que me hagan:
1)¿Cuánto hace que estás en Australia?
2)¿Por qué te fuiste de Argentina?
3)¿Cómo es que eligieron Australia?
4)¿Extrañás?
La próxima vez que alguien me pregunte eso pienso contestar:
1)No me acuerdo
2)No estoy segura
3)Tiramos la monedita. Cara: Estados Unidos. Ceca: España. Cayó de canto...
4)¿Realmente te interesa si extraño o no?
De todos modos debo confesar que cuando soy yo la que conoce a un inmigrante debo hacer un esfuerzo sobrehumano -y sólo porque lo he vivido en carne propia- para no caer en las mismas cuatro preguntas que anteceden. Luego de pensar y pensar pregunto, en vez:
-¿Tomamos un café?
Y ahí sí, charlamos, nos conocemos, preguntas van, preguntas vienen, hasta que, inevitablemente, llegamos a lo inexorable...
Cuándo llegaste?... por qué te fuiste?... por qué Australia?... extrañas?...
pregunto, mientras me muerdo los labios e intento salvar el error, volviendo al principio feliz:
-¿Otro café?
pero el amigo ya se ha ido, huyendo despavorido de las mismas preguntas, una y otra vez, una y otra vez.
Así que ya saben.

20 noviembre 2007

Una confesión

Oíd mortales el grito sagrado/libertad,libertad,libertad/oíd el ruido de rotas cadenas/ved en trono a la noble igualdad... creo que aunque viva cien años no me lo voy a olvidar. Digo yo: siendo que hace cuatro años y medio que vivo en Australia -cuatro de los cuales los pasé trabajando de maestra, lo que equivale a una docena de actos escolares anuales, por lo menos- sería hora de que vaya aprendiendo el himno local, ¿no? Tal vez cuando logre tocarme una fibra más íntima, o cuando, dentro de poco, obtenga la ciudadanía, o tal vez algún día, sin darme cuenta, lo tararee en la ducha... "Advance Australia fair!"

Acá les adjunto el link para que puedan ver un videíto con el Himno Nacional de Australia y unas fotografías de fondo: http://www.youtube.com/watch?v=6iGNhgMd6uM

19 noviembre 2007

La foto que habla

Henry. La kipá en la cabeza, la pelota de footy en la mano, la ropa de Cheeky puesta. Crisol de identidades.

18 noviembre 2007

Nunca digas nunca

Es domingo, esa hora en que las sensaciones se sienten en la boca del estómago, y no hablo precisamente del hambre. Hablo de la angustia de los domingos a la tardecita, qué cosa, ¿no? Tengo casi comprobado que es una sensación universal. Una languidez, un nudo en el estómago, una tristeza leve, cuando está bajando el sol. Para combatirla cada uno tiene su método, supongo. En mi caso lo mejor es ponerme a preparar las cosas para el día siguiente y salir un rato de casa, o darme un buen baño de inmersión o -ahora que estoy en Australia- tomarme una copa de vino, Shiraz preferentemente. Empecé por la vianda de Coni, y mientras untaba un "sandwich" me reía para mis adentros pensando en los cambios que sufrimos (qué expresión esa... "sufrir" cambios) en nuestras (no tan) férreas convicciones los inmigrantes:
Hete aquí que al llegar me encontré con que, a partir de la sala de 5, el colegio no brinda el servicio de comedor escolar sino que cada chico debe llevar su vianda. Genial, me dije, mientras los primeros días trataba de mirar qué habían mandado las otras mamás para tener más ideas que el simple sandwich de queso. Las opciones estaban de por sí limitadas ya que la vianda debe ser totalmente láctea, por el tema de cashrut, y, además, la escuela adoptó la política de prohibir completamente en todo el ámbito del colegio todo lo que contenga nueces y sus derivados, por el alto índices de niños alérgicos en el país. Dispuesta a brindarle a Coni la mejor vianda del Bialik College me embarqué por unos días en mi gran empresa culinaria en busca de ideas ricas, variadas y sanas. Grande fue mi sorpresa al ver que las demás viandas contenían comida en general y sándwiches en especial que daban por tierra con todo lo que yo entendía por "un almuerzo saludable": el horror total lo personificaba el sándwich de... mermelada! Qué cosa indignante, y cuánta ignorancia estas australianas, mandar pan-mermelada-pan para el almuerzo, qué no tienen ni idea, que eso engorda, y que patatín y que patatán. ¿Y esos fideítos fritos crudos? Pero por favor, no tienen ni idea, eso engorda como la gran siete, yo nunca, jamás de los jamases le voy a mandar a mis hijos eso en la vianda...
Pero acá me ven -me veo-, en un domingo caluroso, cuando está bajando el sol, a la hora del nudito en el estómago, untando un sándwich de mermelada de frutilla para la vianda de mi hija, mientras con la otra mano abro la alacena y saco un paquete de fideítos fritos marca Maggi, porque, en realidad, de a poquito, vamos dejando de lado la superioridad con que nos manejamos al principio los inmigrantes (todo todo lo hacemos más y mejor, en nuestro país de origen...) y vamos adoptando las costumbres del lugar. El famoso "a donde fueres, haz lo que vieres" es tan cierto en su tono imperativo como en su consecuencia natural. Penetra lenta pero segura la costumbre del lugar, aunque hayamos dicho nunca jamás... nunca jamás... Y me pregunto cuántas inmigrantes como yo han dicho, al llegar al país al que migraron, "yo nunca voy a hacer tal cosa... cenar a las seis de la tarde... hacer un cumpleaños en una plaza... ir descalzo por la calle... usar el papel higiénico para sonarme la nariz y guardar los bollitos usados adentro del rollo (los de Israel lo habrán visto, no? :)... comer papas fritas con mayonesa (Holanda)... dejar de saludar con un beso... caminar con sombrilla por la calle... guardar la ropa sin planchar...

16 noviembre 2007

Hoy estoy de luto

Pasó hace unos días, pero las imágenes se difundieron entre ayer y hoy. Fue en Canadá, tal vez lo saben ustedes, tal vez no: yo no puedo ignorarlo. Un inmigrante polaco recién llegado a Canadá vivió apenas diez horas en el país antes de morir de unas descargas eléctricas a manos de la policía en el Aeropuerto del país. La historia tiene ingredientes simples: su madre había inmigrado a Vancouver hace un tiempo, él iba a reunirse con ella. Sin conocimientos de inglés y sin experiencia en viajes, el inmigrante esperaba ver a su madre en la cinta en donde se recogen las valijas. La esperó durante diez horas. La larga espera en un lugar desconocido, en otro idioma, causó estragos. El inmigrante comenzó a desesperar: la gente lo vio hablándose a sí mismo en polaco (algunos alegan ruso) y sudando copiosamente. Parecía desorientado. En un momento tomó una banqueta de madera en sus manos, gritaba. Una mujer -una pasajera como cualquier otra- intentó acercarse, y con el idioma universal: las señas, le hizo un gesto indicándole que se calmara. Lo estaba logrando... pero llegó la policía. Ante el how are you inicial (trivial) el inmigrante sólo les dio la espalda, aparentemente gritando "polizia", quizás temiendo a la autoridad. Le indicaron que pusiera sus manos sobre un escritorio allí ubicado. Él no entendió, y no lo hizo. Su instinto inicial no falló: la policía, sin ir más lejos, le disparó con una pistola Taser una descarga eléctrica que lo tumbó. Los testigos dicen que fueron por lo menos cuatro disparos, la policía habla de dos. Como si acaso algo cambiara con ello. El polaco murió minutos después. No llegó a ver a su madre, no llegó a hacerse entender. Se llamaba Robert Dziekanski, tenía 40 años y murió por un cóctel explosivo: la brutalidad policial, el shock migracional, y no saber inglés ni francés. Vivir en otro idioma puede ser muy estresante al comienzo, y si bien el aquí ilustrado es un caso extremo, no puedo sentir menos que una profunda empatía por este polaco llegado a Canadá con el alma en pena, la mente confundida y la lengua atravesada en su polaco natal.

14 noviembre 2007

Piropos se buscan

En Buenos Aires abundan: a la fea, a la bonita, a la flaca, a la gordita; a la alta, a la bajita, a la rellena, a la escobita. Cada cual camina por las callecitas de Buenos Aires y -cuadra más, cuadra menos- recibe su porción del día y se va contenta por ahí, poniendo cara de ofendida para hacerse la interesante pero anotando mentalmente en su libreta de mujer bonita cúantos piropos le dijeron ese día. Desde los Apto para todo Público ("qué preciosa que estás", "ay, me enamoré") hasta el renombrado "qué culo mamita" los piropos deberían figurar en los folletos de Turismo dentro de la categoría atracciones turísticas de Buenos Aires. ¿Se siente un poco bajoneada? Haga un corte y una quebrada y en San Telmo la colmarán de miradas. O: no deje de visitar la Catedral, que ni las monjas de salvan del piropo matinal. Demás está decir que caminar por la calle en Buenos Aires dejó hace rato de servir de termómetro estético (=salgo a la calle y veo cuántos piropos me dicen a ver si así estoy linda) ya que todas las mujeres, la linda, la fea, y la que su suerte desea reciben copiosos comentarios, independientemente de lo que objetivamente podría reconocerse como bello. En fin. Imagínense cuán grande habrá sido mi sorpresa al llegar a Australia y caminar por las calles sin ser siquiera registrada. Ni una miradita, ni un suspiro, ni un qué linda, ni qué lolas, ni nada. Fue llegar a Melbourne y sentirme un sapo (feo). En los cuatro años que llevo acá recibí en total dos piropos. Uno en un supermercado. De una mujer. Otro de un camionero. ... argentino!! Mi autoestima ha bajado a niveles subterráneos. Creo que lo que más ansío en mi próxima visita a Buenos Aires es ponerme cualquier cosa y salir a caminar por Santa Fé, poner cara de ofendida para hacerme la interesante y anotar mentalmente los piropos que me digan por ahí. Aaaaaaahh, las cosas que una pierde cuando se va...

12 noviembre 2007

Para muestra basta UN BOTÓN



Quizás porque -aunque era chica- viví la dictadura en la Argentina, quizás porque así me criaron, quizás así porque sí, pero todo lo que tenga que ver con delatar me pone la piel de gallina. No bien llegué a Melbourne y empecé a trabajar como docente en el cole, una de las cosas que más me sacaba de mis casillas era que los alumnitos me dijeron "Morá Daniela, fulanito está comiendo en clase"... "Morá Daniela, menganito no está prestando atención" y así varios por día, dale que te dale. No pasaba una clase sin que alguno de los alumnos delatara a un compañero por estar haciendo algo "contra la ley". Y yo, para enorme sorpresa de los niños, en vez de enojarme con el infractor me la agarraba con el delator, y le daba una filípica que duraba lo que la clase, explicándole cosas tales como la solidaridad, la amistad, el compinchismo, etc. Con el tiempo me di cuenta de que era una cuestión cultural: Australia fomenta la delación. La acusación, la denuncia. La mandada al frente, bah. Botonear, lo que se dice. A modo de ejemplo: hay aquí publicidades del gobierno que instan a delatar a un vecino que esté usando agua contra lo establecido por las restricciones municipales (por ejemplo lavando el auto, llenando su pileta, regando su jardín fuera de horario). Y la insistencia es intensa, con el perdón de la rima. Tal es así que hace dos semanas ocurrió lo siguiente:
Un vecino estaba regando su pequeño jardín. Un cantero nomás. Regaba y silbaba, regaba y silbaba. Pasó un señor cualquiera por la calle y lo increpó: "que qué hacés regando, estás violando las restricciones municipales, te voy a denunciar, etc., etc., etc.". El vecino de la manguera replicó que no, y que además no era asunto suyo. La discusión subió de tono un poquito. El vecino regador le dio un manguerazo al otro. Lo mojó. El otro se enfureció, cruzó el cantero, le dio un empujón al regador. El vecino regador se puso nervioso. Tuvo un ataque cardíaco. Se murió.
A mí me puso los pelos de punta cuando lo leí en las noticias. (Para peor, resultó ser que como era miércoles el vecino regador no estaba infringiendo norma alguna porque los miércoles, en su vereda, el riego está permitido. El delator estaba equivocado.). Entiendo, de todos modos, que el tema da para discusión, y que permite matices. Acá hay teléfonos a los que te incitan a llamar si vez a alguien tirnado basura en la calle, dejando la caca del perro, o, lo que está más de moda: algún sospechoso de terrorista. Bien, sé que el tema da para opinar para ambos lados. Pero lo que quiero explicar es cómo el nivel de fomentación de la denuncia genera entre la gente una desconfianza y una distancia que, a su vez, genera desinterés y falta de solidaridad (por miedo, y no por falta de bondad). Y desencadena en actos sociales absolutamente bizarros. Les cuento una:
Cuando quedé embarazada de Henry empecé a frecuentar un sitio web sobre embarazo y crianza cuyo contenido fundamental son los foros de discusión. Vos te registrás con un nombre de usuario, tenés tu clave y opinás. Los usuarios se agrupan por temas de interés: las embarazadas jóvenes forman grupos, las de más de 40 otro, las que están amamantando otro, las de mellizos otro, etc. El sitio tiene más de cien mil usuarios registrados y es uno de los foros de discusión sobre embarazo y maternidad con más tráfico en la red. ¡¡Hete aquí que ayer veo que uno de los posts figuraba como leído más de nueve mil veces!! Qué será, me pregunté. El título decía algo así como "Mensaje abierto para aquellos que están preocupados". En resumen: esta usuaria había comentado en uno de los post, dentro de su grupo de pertenencia, que a veces dejaba a su hijita de dos años sola en la habitación por dos horas jugando, porque ella está embarazada del segundo y agotada, y aprovecha mientras la nena juega y se tira a descansar un rato en el sillón. No suena tan terrible, ¿no? Bueno.... las demás usuarias le hicieron la denuncia en los Servicios Sociales del gobierno por maltrato y abuso de menores! La mujer estaba en shock total, no lo podía creer. En su post abierto se deshacía en explicaciones detalladas de cómo ella en realidad sí cuidaba de su hija y era una madre buena y dedicada... Resultaba tan patético y tan triste ver como "La Princesa y el Príncipe" (su nombre de usuario) trataba desesperadamente de dejar volcada en el post una buena imagen de sí misma, llegado el caso que Asistencia Social decida analizar la evidencia. (¿¿De quién?? ¿¿De "La Princesa y el Príncipe"?? ¿¿Y quién es, acaso?? ¿No se supone que uno elige un nombre de usuario para permanecer anónimo?...).
No estoy haciendo apología del abuso de menores, sabrán entender ustedes, y sería la primera en denunciar un caso si lo hubiera. Pero que basados en un comentario inocente, de una madre cansada, que creyó estar escribiendo en un círculo "amistoso" virtual, se termine en una caza de brujas al mejor estilo medieval, me saca tanto o más de las casillas que el pelirrojito que me dice que fulanito se está copiando!! El paso siguiente vos y yo lo conocemos: ya me veo escuchando por las calles de Melbourne, en susurro y con desprecio, unos a otros diciéndose:

"Y...algo habrá hecho!

Terrible. Que dios no lo permita.


10 noviembre 2007

Rompiendo ídolos



Después de charlar con el griego (ver post anterior) fui a comprar un cafecito al Seven Eleven, que es como la Esso o la Shell de allá: estaciones de servicio con mini-mercadito y venta de café, medialunas, etc. El Seven Eleven que yo voy siempre, no sé porqué motivo, está siempre atendido por indios. (Valga acá la aclaración: no me refiero a aborígenes sino a los naturales de la India, que a su vez pueden o no ser hindúes -de la religión hindú- por eso lo correcto es decir indios y no hindúes). De tanto que voy (me parezco a Claudio...) ya me los conozco a todos. Con algunos hablo mucho y otros parecen mudos (o tímidos, como suele creer mi mamá). Ayer entré al Seven Eleven y estaba de turno uno de los "mudos". Compré café y una barrita de cereal y cuando voy a pagar, para mi enorme sorpresa, el indio mudo me habló:

-¿Viste alguna vez a Maradona?

-¿Perdón? le pregunto, despertándome de mi asombro, no tanto por la pregunta en sí sino porque me había hablado.

-¿Viste a Maradona? -sus ojos fijos, expectantes.

-Sí... no, le digo

Me mira, intrigadísimo, como si su vida dependiera de ello. Me di cuenta de que le tenía que dar una respuesta más clara.

-¿Vos te referís en persona si lo vi?

-Sí. ¿Viste a Maradona? -sus ojos fijos más grandes aún.

-No, nunca.

El indio del Seven Eleven mi miró desconcertado y volvió a callar. Qué desilusión en la mirada. Yo no quería desanimarlo, así que agregué:

-Vos sabés que es un drogadicto perdido, dicen que está recuperado pero en realidad no, es un drogón terrible, está gordo y enfermo, arruinado...

El indio levantó la mirada: creo que me quería matar. Por un instante no dije nada, pero por pura compasión agregué:

-Pero en el fútbol no le gana nadie, es un genio, un genio total, eh!

Pero no, no hubo caso: le había destruido a su ídolo, sin punto de retorno. Andá a saber cuánto tiempo habrá estado el indio tratando de preguntarme a mí, sin animarse, probablemente la única argentina a la redonda, si vi a Diego Maradona. Si yo le hubiera dicho "Sí" el indio hubiese tocado el cielo con las manos, por el solo hecho de estar hablando con alguien que vio a Maradona, algo así como una poderosa sensación por transición. Pero no, yo voy y no sólo le digo que no lo vi sino que encima lo destruyo, lo destrono, lo bajo del pedestal. Pobre indio. A nadie la gusta que le destruyan un ídolo, ¿verdad?. A veces es lo único que tenemos.

Antes de irme, en un último intento por reparar el daño causado le digo:

-¿Sabés qué?, mi marido es hincha fanático de Boca. Me parece que él sí lo vio una vez a Maradona. Le voy a preguntar y te digo la próxima.

Me fui, cabizbaja. Por el rabillo del ojo me pareció ver que el indio, disimuladamente, se limpiaba una lágrima. Y yo también.




07 noviembre 2007

Estereotipos sobre inmigrantes

Ayer y hoy tuve que ir a un Seminario (no cementerio, jeje); una capacitación para el año que viene. El lugar -caso raro en Melbourne- no tenía acceso por rampa a ese preciso sector al que yo tenía que ir. La entrada constaba de unos cuantos escalones que la combinación de los diez kilos de Henry, los siete u ocho del Perego y mis tacos altos no hubiesen logrado que sala airosa. Así que opté por pedirle ayuda al primer hombre que vi por ahí. Resultó ser uno de los de mantenimiento.
-Hola, disculpame, ¿me podés ayudar a bajar el carrito? (en inglés, obviamente, el diálogo).
-Ah, sí, vos sos la del bebé tan lindo. Ningún problema. Y me instruye: -Agarrá de la manija y yo llevo de abajo. Yo no rompo platos.
Se imaginarán que lo miré sorprendidísima por el comentario tan desopilante. Le iba a preguntar por el origen de semejante aclaración pero el seminario había empezado y no quería llegar tarde.
En uno de los breaks me acerco a servirme un té (el café era feísimo) y allí estaba el buen señor, acomodando pilas de platos y galletitas típicas de este tipo de convenciones. Al cabo de un ratito escucha que alguien le pregunta de dónde es y el dice: "soy griego".
Ajá! Ahí mi cabeza ordenó el rompecabezas y disparó asociaciones en sentidos varios. Ahí fue cuando entendí porqué me dijo "Yo no rompo platos", qué quiso implicar con eso, y en qué estado se encuentra su yo. Veamos:
Cuando le pedí ayuda él aceptó solícito. Después me indicó cómo bajar. Se ve que ahí yo dudé unas décimas de segundo, quizás elaborando cuál era la mejor manera de bajar, más por mis tacos altos que por la habilidad de mi ocasional ayudante, de la cual no había dudado ni un instante... Esa expresión o gesto o lenguaje corporal que él vio y que sólo duró lo que un suspiro, le despertó un complejo, ya que él interpretó probablemente que yo desconfiaba de él. Entonces me dice (¡me aclara!): Yo no rompo platos. Es decir: "sí, soy griego, vos probablemente lo sepas; soy griego y lo que la gente sabe de los griegos es que en las fiestas de casamiento festejan rompiendo platos; eso suena muy primitivo; la gente piensa que los griegos son salvajes que rompen platos; yo soy griego pero no soy así de primitivo, quedáte tranquila que voy a bajar al cochecito y a tu bebé delicadamente, y no como si estuviera rompiendo platos en una fiesta".
Pero solamente dijo: "Yo no rompo platos". Qué poder de síntesis para un estereotipo. ¡Y que flor de complejo!
No lo culpo, ojo: los inmigrantes están llenos de complejos, que podríamos llamar "complejos de raza/nación/religión", que tiene su base en los estereotipos varios con que se los identifica y que los llevan a actuar muy a menudo de maneras antinaturales, sólo para demostrar que la cualidad con la que generalmente se asocia a la gente de su país, ellos no la poseen. Un buen ejemplo es el "mañana, mañana" con que se nos identifica a los latinos (no sólo a los mejicanos). Implican con eso que somos vagos y que todo lo dejamos para después. Un latino acomplejado, entonces, trataría de demostrar lo contrario adelantando plazos a veces a niveles ridículos. Y puedo seguir con más ejemplos, pero otra vez se está haciendo tarde así que mejor... lo dejo para mañana!!!! :)

05 noviembre 2007

Miti y miti Parte II

Y sí, Juan, nosotros también fuimos al diccionario! (De tal palo...). Y encontramos lo siguiente:
Mitad f. Cada una de las dos partes iguales en que se divide un todo. // Medio: partir un pan por la mitad.
O sea que, parafraseando a Feliz Domingo acá diríamos "los dos a la final, los dos a la final!!" ya que:
1)Se puede cortar algo por la mitad y que las dos partes sean simétricamente iguales (esto lo sabíamos)
2)Pero también, según la segunda acepción de mitad como "medio", se puede partir algo por la mitad sin que las dos partes resultantes sean iguales. Imagínense un tenedor. Lo podemos partir por la mitad (por el medio) y obtener dos mitades no simétricas: una mitad sería el mango, y la otra los dientes. O, claro está, lo podemos partir también en dos mitades iguales, a lo largo, y obtener dos mitades simétricas.
Divertido, no? En realidad era para mostrarles cómo el hecho de vivir lejos de la lengua madre nos hace consultar los diccionarios más que nunca. En este caso fue un viejísimo y queridísimo Pequeño Larousse Ilustrado de tapa roja dura que de pequeño no tiene nada y data de 1968. SE ha convertido en mi nuevo libro de mesita de luz (hagan la prueba: me había olvidado qué lindo es hojear una enciclopedia, abrirla en cualquier hoja y descubrir palabras rarísimas, dibujos y datos curiosos así porque sí).
Hasta la próxima.
PD: me quedé pensando en lo de la cafetería de la escuela, anónimo... tema para otro post...

04 noviembre 2007

Miti y miti


Acá las milanesas de pollo del super tienen forma de corazón. Y son bastante generosas. Es decir, grandecitas. Ayer cenamos milanesa con arroz y ensalada. Ahora bien, como en Australia se cena tempranísimo se da la situación que no terminan los chicos de merendar que ya los estamos convocando a la mesa para la cena. Los cereales y el Nesquik se les deben mezclar con el bife o los fideos todavía en el esófago!!! Ayer no fue la excepción, así que al servir las milanesas le pedí a Sergio que cortara una por la mitad, para que Coni y Jere la compartan. Agarra él diligente el cuchillo y se apronta a cortar cuando al ver cómo iba a hacer el corte le grito "¡Por la mitaaad te dije, mi amor! (bueno, creo que dije mi amor... tal vez sólo grité...). Coni, alertada por mi grito mira, Sergio detiene el cuchillo en el aire y mira, Jere mira. Todos escrutinamos el corte que estaba Sergio por hacer: imagínense ustedes un corazón. ¿Listo? Bueno, ahora imaginen que lo cortan por la mitad....... ¿Cómo lo "cortaron"? Sergio lo estaba por cortar a lo ancho, cuando en mi cabeza "cortar por la mitad" esa milanesa-corazón era hacerlo a lo largo.

Ante mi grito ("Por la mitaaad te dije...!") Sergio me respondió:

-Lo estoy cortando por la mitad

A lo que yo digo:

-Sí, no, bueno, así me refiero (haciendo señas con el dedo, de arriba para abajo)

A lo que Coni interviene diciendo:

-En partes simétricas.

A lo que Sergio dice:

-Puede ser la mitad sin ser simétrico.

Ahí nos quedamos todos pensando. Y abro la pregunta para ustedes:

¿Se puede cortar algo por la mitad y que las dos mitades no sean simétricas?

¿Se puede cortar algo por la mitad y que las dos partes no sean iguales?

Larga discusión sobre la mesa. Que sí, que no, que cómo puede ser. (Piensen en cuando un chico parte un chocolate por la mitad y se queda con la más grande... ¿es esa la mitad realmente? ¿es eso partir por la mitad?). Al final, nosotros llegamos a nuestras conclusiones, pero se las revelaré en el próximo post. Me gustaría escuchar primero algunas de sus respuestas.

Ah: la milanesa, ajena a nuestras elucubraciones sobre su formato, diseño y división, se dejó cortar nomás. Y estaba buenísima.


01 noviembre 2007

La cuasi-torta de Chocolinas

Lugar: Melbourne. Ocasión: Cumple de Coni. Diálogo:

-¿Qué torta querés para tu cumple, Coni?

-Torta de Chocolinas

-No, en serio te pregunto, dale, ¿qué torta querés?

-Y yo en serio te digo: torta de chocolinas.

-Pero la torta de chocolinas se hace con Mendicrim.

-¿Y?

-Acá no hay Mendicrim.

-Hacélo con otro queso.

-Bueh, sí, puede ser. Puedo probar con Sour Cream, no es lo mismo pero puedo probar.

-Bueno, ¿entonces me hacés la torta de chocolinas?

-Es que la torta de chocolinas se hace con dulce de leche

-¿Y?

-Acá no consigo... bah, puedo comprar leche condensada y hervirla la lata por una hora cuarenta y cinco y hago lo más parecido a dulce de leche que pueda.

-Genial, ¡ves! Entonces hacéme la torta de chocolinas para el cumple.

-Pero la torta de chocolinas se hace con Chocolinas. Acá no hay.

-Y bueno, mamá, hacélas con otra cosa, debe haber, ¿no?

-Y la verdad es que como las chocolinas no hay (en serio, todas las galletitas son rellenas, y las que son simples, no son de chocolate sino de vainilla o de coco, tipo las Lincoln). ...Bah -le digo - están esas galletitas casher, que son cuadradas y marroncitas, creo que ni siquiera son de chocolate sino símil chocolate, creo que en realidad son de algarroba, es que no las hacen de chocolate para que sean "parve"... puedo usar esas

-¿Viste? te dije.


Así que así fue, Coni tuvo su cuasi-torta de chocolinas que no tenía ni Mendicrim ni dulce de leche ni Chocolinas (sino un queso mucho más acuoso, una leche condensada hervida mucho tiempo, y unas galletitas de símil-chocolate) y que por lo tanto no quedó muy armadita sino medio descuajeringada, pero a la hora de hincarle el diente les puedo asegurar que no quedó ni un pedacito. Y bueno, ya lo dice el refrán:

"El hambre endulza las habas"

29 octubre 2007

Hay Elecciones... y elecciones

Ganó Cristina.
De hecho, me había olvidado completamente de que las elecciones eran este domingo en Argentina hasta que llamé a mis viejos y mi papá me preguntó, bromeando, por quién voté. Uy, cierto, hoy son las elecciones ahí, le digo. Sí, nosotros vamos más tarde, me dice, con mamá siempre vamos alrededor de las dos. Cada uno tiene sus métodos, se sabe: están los mañaneros que no temen “quedar enganchados” como presidentes de mesa; están los que van minutitos antes de las seis para no hacer cola. Y están los que no van, claro. Tengo entendido que el índice de votación no fue mucho mayor al 70%.
Después de hablar con mis viejos me fui a dormir (eran para mí ya las dos de la mañana), aprovechando que ahí regía la veda y no había mucho para ver más que espiar cómo vota Lopez Murphy o qué se puso la Carrio. Hoy, cuando mi cerebro me recordó más la linda charla con mis padres que las elecciones en sí, me metí en Internet (de tan buena la calidad es como estar viendo la tele desde el living de mi ex casa de Mansilla y Bulnes) y “puse” TN. Y ahí la vi. Es decir, la vieron mis ojos pero la imagen de ella que yo tenía en mi cabeza difería tanto de la que ahora se atribuía la victoria que por unas décimas de segundo dude. Esa boca de labios llenos, medio mulatones, esos pómulos firmes, como separados del resto de la cara por lo inmóviles, esa piel tan artificialmente tirante, como una máscara. Mis ojos recorrían las partes que conformaban ese rostro sin que mis oídos lograran prestar atención a las palabras, ya que lo caricaturesco de la cara se llevaba toda mi atención. Cristina está tan operada que al principio creí que la tan mencionada buena calidad de la banda ancha estaba distorsionada. Pero no, la única que estaba distorsionada era mi visión de lo que es bello. Es que otro de los ámbitos en que vivir en otro idioma manifiesta sus fracturas es en el mundo de la estética, y, en este caso, la estética femenina. Acá en Melbourne lo natural es la regla. Hay poquísimas mujeres operadas de “las lolas”. Cuando ves una te llama muchísimo la atención. Hay, sí, personas con cirugías estéticas hechas, pero con buen gusto. Allá la regla es verse hermosa, joven. ¡Y lo celebro! Amo la belleza y, en una especie de deformación profesional heredada (padre cirujano plástico), no puedo dejar de mirar una cara y pensar “qué bien le quedaría a esa mujer una buena operación de nariz”. O “esa mina con un toquecito en los párpados cambiaría completamente, le abriría la mirada”. Un toquecito, dije. Pero, Cristina (si me estás escuchando)…. ¡¡vos más que un toquecito tiraste la casa abajo y te hiciste la fachada completa!!. Eso, en los parámetros de acá, no es belleza. Es grotesco. Tengo en mi heladera un único imán, resabio de una campaña de supermercados Disco para el Día de la Mujer hace unos años que reza: Las argentinas son las más lindas del mundo. Me lo leo todas las noches. A veces hasta me lo creo. Hoy, claro está, me lo voy a tener que leer cien veces hasta convencerme! Viendo a Cristina, y parafraseando a Alfonsín sólo me queda decir “Un (buen) cirujano por allí!”.

(Invito a quien quiera tomar la palabra a expresarse. Más allá de la recientemente electa Presidente, el tema de los parámetros de belleza en las distintas culturas y ni que hablar a través de los tiempos -miremos los cuadros del Renacimiento o, sin ir taaaaaaan lejos, nuestras propias fotos de cuando éramos chiquitas: quién no recriminó a su madre por vestirlo de tal manera o hacerle llevar así el pelo- es otra manera en que se expresa el conflicto de vivir en otro idioma. ¿O acaso hay un concepto universal de belleza? No lo sé…).

25 octubre 2007

El Bris


Para los lectores no iniciados en el tema, el Bris es la circuncisión de todo varoncito judío a la edad de 8 días. Con un elemento especial se corta el prepucio del bebé y se dicen unas plegarias: con ellos se sella la entrada del nuevo ser al pueblo judío. ...Bueno, siempre y cuando no haya abuelas custodiándolos celosamente por allí!!... aquí va la anécdota:


Era 10 de junio y estábamos todos reunidos en el lugar elegido para el Bris: el salón de actos gigante del Bialik College, donde Sergio y yo trabajamos. Había más de cien invitados y un servicio de comidas al mejor estilo Shuster (jeje, ni sé si seguirá existiendo, pero es un clásico!). En una salita de al lado -la sala de los profes de Teatro del cole- nos habíamos apostado Henry y yo, a la espera. Mi mamá estaba conmigo haciéndome de apoyo terapéutico. Faltaban unos minutos para el horario acordado cuando decidí ir al salón grande para ver cómo estaba el catering, ver quién había llegado y acortar la espera. Le dejé a Henry a mi mamá, quien lo acogió tierna y firmemente en sus brazos. A solas, nieto y abuela, antes del Bris.

En eso estoy en el salón hablando con Sergio y viene alguien (no recuerdo en este momento quién) y me dice "andá a la salita que te llama tu mamá". Voy. ¿Y qué veo?

En una especie de recreación del juicio salomónico, el Mohel -que había llegado en mi ausencia- todo vestido de blanco y gran kipá en la cabeza, y mi mamá, sentadita y aferrando "el paquete"...se disputaban a HENRY!!! Mío, tuyo, mío, tuyo, me lo das, no te lo doy, me lo das, no te lo doy, parecía leerse desde afuera. Al verme entrar el mohel me miró suplicante dándome a entender que sin bebé no habría bris. Claro, eso nadie lo duda. Así que mi mamá me pasó a Henry y yo le entregué a Henry al mohel... Y eso era justamente el meollo del asunto: mi mamá quería que la que entregara al bebé al mohel fuera yo, la mismísima madre.

La escena mientras yo estaba ausente fue así:

Justo unos segundos después de que yo saliera de la salita llegó el Mohel. Ve a mi mamá con el bebé y le dice, en inglés obviamente, que le dé al bebé para prepararlo para el Bris. Pero mi mamá le contesta, en castellano obviamente, que ella no le iba a dar al bebé porque quería que se lo diera yo, que fuera de mis manos hacia él. El mohel, claro está, no habla ni entiende castellano. Mi mamá, si bien entiende, no podía explicarle sus valederos motivos al mohel en inglés, con lo cual le seguía hablando castellano. Y así habrán estado unos cuantos minutillos, él agachadito pidiéndole al bebé en inglés, ella sentadita con el bebé en brazos contestando que no en castellano, en una ahora anecdótica negociación que quedará como rito iniciático de la entrada de Henry al Pueblo de Israel. Mientras tanto, el Mohel habrá pensado que con abuelas así ...la población de bebés circuncisos en el Pueblo Judío quedaría diezmada en cuestión de segundos!!

Allí arriba va una foto de Michael Gordon (el Mohel), Henry, mi mamá, Jere y yo luego de zanjadas las barreras idiomáticas y antes del corte fundacional.




21 octubre 2007

Si los muertos hablaran...

A pocos días de la fecha estimada para el nacimiento de Henry, Sergio tenía que irse por unos días a un seminario. Y cada tanto hablábamos del tema, que cómo me iba a arreglar yo con los tres, que dónde iba a ser el seminario, que el seminario esto, que el seminario lo otro. Coni y Jere, escuchaban.
Pasan los días, nace Henry (ah, acá lo pongo en rojo para acordarme de contarles algo genial del nacimiento de Henry, en otro post), todos felices y contentos. Al poquito tiempo Sergio se prepara el bolso para irse unos días. Estamos sentados a la mesa y se escucha la siguiente charla:

Sergio (entusiasmado)-Bueno chicos, por unos días no voy a estar, portense bien, etc, etc, que yo mañana me voy al seminario.
Coni (compungida, lo mira):- Pero papi, ¡eso es re-aburrido!
Sergio (confundido):-¿Por qué, Coni?
Coni: -¡¡¡¡¡Porque ahí están todos los muertos!!!!!!!!!


Sergio:.....................No, mi amor, eso es el cementerio
Coni (aliviada): Ah.

FIN.

Nota de la Bloguista: El castellano de Coni, como les dijo, es rico y fluído, sólo que, gracias a dios, hay palabras que no las usamos a menudo. Hasta la próxima!

18 octubre 2007

¿Y vos cómo te llamás?

Ya lo decía la publicidad de Banco Río: "Un buen nombre es lo mejor que uno puede tener". ¡Y díganselo a los migrantes! Cuando llegamos a Australia notamos primero que todo la facilidad con que los australianos se acuerdan de tu nombre. Alguien te presenta a una persona y estáte seguro de que si la volvés a ver dentro de tres, seis o nueve meses te va a saludar por tu nombre: no se lo olvidó. He aquí que cuando te conocen te preguntan una y otra vez cómo te llamás si no entendieron desde el principio. Lo cual ocurre con mucha frecuencia, dada la cantidad de inmigrantes con que cuenta el país. En mi caso es fácil: Daniela, es conocido y existe en muchos idiomas. A lo sumo me pueden llegar a llamar "Daniellle", como en francés, pero vaya y pase. Con Sergio la cosa se complica un poquitín más, pero todo queda solucionado cuando él mismo se presenta como "Serchio". Clarísimo y nadie le vuelve a preguntar por segunda vez. ¡Un poroto para Sergio! Después sigue Constanza. Ya en Argentina le decíamos Coni y lo escribíamos así (ce, o, ene, i). Así que a la pregunta de cómo te llamás, si decimos Constanza les resulta difícil (y muuuuuuy extravagante) pero Coni lo entienden perfectamente. Es más, ellos tienen el nombre Connie que es el equivalente. No bien llegamos, Coni, que ya dije tenía cinco y medio, ya sabía escribir bastante y entre otras cosas su nombre. Al poco tiempo empezó sin embargo a notar que la gente lo escribía Connie. Y en una actividad de arte en el que había que hacer cosas de yeso, una nena que la estaba ayudando le escribió su nombre CONNY. A ella le gustó tanto que empezó a firmar así de ahí en más. Sin embargo, ella veía que yo cada vez que escribía su nombre (en notas para la escuela, o atrás de los dibujos -de recuerdo- seguía escribiendo Coni). Pasaron los meses, los años, y he aquí que un día de 2007 veo unos papeles de ella firmados "Coni"... también su agenda, sus dibujos... Y le pregunté: Coni había decidido adoptar nuevamente y para siempre la grafía castellana de su nombre (demás está decir que a mí me encantó).
Y llegamos por último a Jere... lejos el más más más complicado para pronunciar para los australianos. La jota del principio ya les es un parto, pero cuando encima se combina con la erre suave ("ere") del medio están listos para colapsar!! DE todos modos nosotros, como ya lo habrán adivinado, cada vez que nos preguntaban cómo se llama el nene decíamos Jeremías con la pronunciación en castellano, y nos la pasabamos diez minutos entre deletrándolo y explicándoles de dónde viene. Claro que ellos tienen el equivalente Jeremy, pero miren qué paradoja: mientras que nosotros elegimos Jeremías justamente por lo distinto y poco usado en Argentina, acá en Australia Jeremy es de lo más común. Es como llamarse José. ¡Qué frustración! Además Jeremías nos encanta y Jeremy, la verdad, no. Así que insistimos... los compañeritos de Jere lo aprendieron a la perfección. Bueno, casi. Pronuncian la erre a lo australiano y la jota aspirada (como una "hey" en hebreo). Pero lo hacen con total naturalidad. Sin embargo, con el tiempo empezamos a notar que los adultos no lo llamaban por el nombre, ni lo mencionaban por el nombre cuando hablaban de él. Dicen "your son" o pronuncian el nombre pero bajito, como con verguenza. Y esot evidentemente lo notó Jere también. Tal es así que el otro día, sin saber que yo estaba escuchando, cuando el profe nuevo de natación le preguntó su nombre, él dudó una décima de segundo antes de responder: "JEREMY". El corazón me hizo una puntadita, pero entendí que uno no se puede pasar la vida entera deletreando su nombre. Así que es un misterio cómo será de acá en más. Sus amiguitos del jardín y las maestras aprendieron a decirlo (Heremías, con la hache aspirada y arrastrando la erre, pero es lo más cercano que pueden y brindo por ese esfuerzo). Pero a futuro, veremos. Es que ni el mismo Jere sabe!! (Otra variante es la pronunciación Sheremaias, que también se la escuché decir a Jere en respuesta a what´s your name... mmmmh... me muero por saber qué sentirá Jere con todo esto, dentro de sí...).
En fin, creo que está demás explicar porqué cuando nació nuestro tercer hijo, en junio de este año, no dudamos en ponerle HENRY!!! Clásico y, sobre todo, fácil de pronunciar. Bah: ¡¡para ellos!! La verdad, miren qué loco, es que la gente pronuncia mejor Henry que nosotros que somos los propios padres.
Y para terminar, una anécdota: Lo cierto es que elegir el nombre para Henry nos costó muchísimo, y llego un momento en que parecía que en casa sólo se hablaba de eso. Coni y Jere tenían sus sugerencias, nosotros teníamos la última palabra, y la cosa venía difícil, y hasta hubo algún que otro puchero por no aceptar alguna sugerencia. Así que cuando "el trabajo" estuvo terminado y elegimos HENRY, se los contamos a Coni y Jere en la cena. Todos chochos y felices de tener finalmente un nombre para el nuevo hermanito por nacer, y, calculo yo, de tener que dejar de "pensar". Pasaron unos días y estábamos una tarde en casa mientras Jere repetía para sí "Henry, Henry" todo contento, cuando de repente se le transforma la cara y me grita, todo preocupado:
- UUUUUUUUUUUY, MAMI!..........
-¿Qué, mi amor?
- .......¡¡¡LE TENEMOS QUE PONER UN APELLIDO!!!
Acá va una foto de Henry. Herskovits, por supuesto :)