18 julio 2016

Somos un país de mierda. Pero.

Éramos jóvenes, eran vacaciones y si bien eran las 10 de la mañana aun dormíamos, Sergio y yo. Éramos los dos Morim así que estábamos de vacaciones de invierno. Por qué atender el teléfono? Que suene, total, yo tenía 25 años y nada era urgente. Pero era mi mamá, desesperada cuando finalmente atendí después de insistentes ring ring. "Volaron la Amia y ustedes por qué no contestan el teléfono!!!" Sergio y yo, "re judíos", no hubiese sido raro que estuviésemos por ahí, por Amia, algún curso de capacitación, algo... Después del reto vino el aturdimiento. Sergio tenía por ese entonces un programa en Radio Jai así que allí partimos. Qué caos, reinaban. Los que trataban de ayudar aplastaban a los posibles sobrevivientes sin quererlo por pararse sobre los escombros. Lo que mas recuerdo es el pedido de los rescatistas -profesionales, improvisados, todos, cualquiera, no importaba- repito, el pedido de los rescatistas de hacer silencio, shh shhhhhj shh a ver si se oía alguna víctima aun viva bajo los escombros. Y los pedidos de los familiares en la tele "porque no bobe seguro está desorientada por la explosión"... No era la época del whatsapp... Y no, nadie volvía, el que no volvió estaba muerto, por más que los familiares se negaran, por semanas, a aceptarlo.
Hoy volvimos al acto de Amia con Sergio. Fuimos cada año de los que vivimos acá en Buenos aires y volvemos cada vez que coincidimos en las vacaciones de invierno. Hoy coincidimos. Pasaron 22 años. 22 años!!! Y nada. Ni un detenido. En ese sentido, somos un país de mierda. Como todos los años, se leen los nombres de las víctimas y sus edades. 18. 20. 5. 42. Dieciocho, pienso yo, la edad de Coni. Y de los 85 nombres conocí a varios, como a Yanina Averbuch que iba al Rambam, era del azul y yo era su capitana. O Graciela que jugaba al tenis con mi mamá. Y si hija. 18 años. La edad de mi hija. Alguien que fue a buscar trabajo, alguien que fue a hacer un trámite de sepelio, alguien que acompañó a su mamá al trabajo ese día porque claro, eran vacaciones de invierno.
22 años pasaron y la corrupción de todos los gobiernos de turno nos tiene hoy parados pidiendo justicia, y escuchamos los impecables discursos con un nudo en la garganta: El del vicepresidente de Amia, el del periodista que habló hoy y se me escapa el nombre, y el de la mamá de Sandra Guterman que se murió porque fue a buscar trabajo para completar el que ya tenía, pero que era solo medio día... Los discursos de la gente son contundentes, son profundos, sabios. Pero cada 18 de julio somos un país de mierda. Porque no sos creíbles, porque no podemos proveer justicia. Porque como dijo el periodista, "la justicia tiene la tarea de sacarte del aturdimiento". Y no hay. Y porque como dijo también el periodista de quien injustamente no me acuerdo el nombre, "la investigación del caso Amia está llena de canallas". Cuando a veces con Sergio fantaseamos con volver a Buenos Aires, a la familia, en algún futuro, nos ponemos a escarbar un poco y nos topamos con lo que no nos gusta. En Australia, los crímenes se resolvían con una rapidez inusitada. Dirán "pero esto es un atentado mayor". Igual vale. Otros atentados similares en el mundo son resueltos y gente paga por ellos. Qué indigna la Argentina. Cada 18 de julio, somos un país de mierda.
Pero hoy vi algo. Había jóvenes. De la edad de Coni, de Jere. En el acto. Y lloraban. Con sus Converse, sus Nike, sus piercing, sus pelos lacios. Y lloraban. Ellos, que nacieron después, tienen la capacidad de revivir lo que no vivieron. Y entonces eso me atornilló más la garganta pero me dio, a su vez, enorme enorme enorme esperanza.
Eso, y escuchar por la radio cuando iba en el taxi hacia el acto, que cuando decían todas las obras de teatro que se puede ir a ver en vacaciones, con los chicos, hay una que se llama "Un judío común y corriente". Así tal cual. Está Marama, está los mágicolores, el Circo, Peter Pan... Y la obra "Un judío común y corriente". Acá, en Buenos Aires, ser judío es cool. O por lo menos, es abierto, estamos en los medios, en el entretenimiento, en los stand Up, en la cultura, en la política. Hay una especie de sensación de que ser judío es cool. O por lo menos nos podemos reír de nosotros mismos. Y eso es lo más sano (porque como leí el otro día en un sobrecito de azúcar: "el humor es el escote del cerebro").
Entonces cada 18 de julio somos un país de mierda. Pero por todo lo que tiene Buenos Aires, por todo lo rico, lo desfachatado, lo cool, lo intelectual, lo desafiante, lo joven, el poder de la gente, por lo abierto y por lo que sea que es que permite que tengamos tanta vida judía en el espacio público, también somos un país espectacular. Y pucha que lo amo.

04 mayo 2016

Mi escote masculino

Todos tenían fe en mí.
Pero solo yo podía hacerlo en persona.
A fines del año pasado, luego de un largo, detallista y obsesivo proceso de edición se terminó de imprimir mi primera novela. Escote masculino. 
Narra la historia de Ignacio Turinsky, un sonidista cuarentón con un millón de amigos y una realidad de pareja incierta, que un día despierta para enterarse que había perdido todo en un incendio.
Escote masculino.
Un título llamativo para el público local. Atractivo pero jugado, hasta me sugirieron cambiarlo. 
Pero no. Tenía que ser Escote masculino.
Un cierto oxímoron -¡para volver a aquella palabra que usé por primera vez cuando me entrevistó Bernardo Neudstadt por radio!-. Una cierta desfachatez.
¿Que quiénes finalmente me dieron el empujón para dejar de corregir y mandarlo a imprenta?
Miles de manos, mentes y comentarios amigos, compañeros de taller(es) literario(s) -tiendo a abusar de ellos, soy adicta- y por supuesto: la familia. Hijos. Esposo.
-Mami, dale. Terminá la última frase hoy. (Jeremías, una nochecita en el Estadio Israelita cuando yo dije, por enésima vez, lo termino mañana). No me dejó. Tenía que ser ese día, aunque era oscuro y había jugado basket y al día siguiente había colegio y faltaba cenar. 
Gracias Jerito.
-Mami, ese tipo, del que hablás con la abuela, ¿por qué no se lo presentamos a la tía Sonia? (Henry,  un día cuando yo estaba promediando la novela y la comentaba con mi suegra en su casa de Buenos Aires).
Gracias, Henry: ahí vi que tenía un personaje real, creíble, querible y fabuloso.
-Mami, ¿cuándo sale el libro? ¿Cuánto falta para que lo manden a imprenta? ¿Que no sabés? ¿Cómo que no sabés? Dale mami, listo de corregir. ¿Y? ¿Ya terminaron la edición final? Dale, tiene que salir.
(Coni, unstoppable, como una topadora, cuando la novela ya estaba escrita y ultra corregida, pero seguíamos editando).
Gracias, Conita: ese empuje fue un motor encendido hasta el último instante en que finalmente, dijimos con Lorena, mi socia en Editorial Furtiva, "no se edita más. Se va a imprenta".
-Amor, tiene que ser el mejor lanzamiento de libros de todo Chile, tiene que venir la prensa, te tenés que tirar del Mapocho si hace falta. (Sergio, mi amado, entusiasmado a rabiar con mis supuestas dotes que no podían pasar desapercibidas).
Gracias, Ser.
Finalmente no me tiré del Mapocho.
Pero mi admirado Pablo Simonetti -mi maestro- me presentó el libro en un bello y perfumado salón del Centro Cultural Las Condes con unas copas de vino tinto que Casa Donoso gentilmente sirvió, y los mejores quesos de la empresa Party Food.
Fue una fiesta.
Estaban todos los que me quieren.
Y, en espíritu, todos los que no pudieron venir (pero hubiesen querido).
Me puse mi mejor Escote Masculino (sobre el regazo) y disfruté como lo hacen las mariposas que solo viven por pocas horas.
Si me hubiese muerto ese día, hubiese sido de alegría.
Árboles ya planté, varios, en Israel. Y en Australia.
Hijos, los 3 mejores de la tierra entera (junto a todos los otros mejores hijos del mundo de todos ustedes).
Ahora vamos por el segundo libro.
Voy a necesitar todo el apoyo moral de la tierra media y del más allá. Y el estímulo de los hijos y las ideas subversivas de mi esposo (how about walking naked around the streets of Santiago city, mi amor?).
Me tengo fe, eso sí.
Igual, ya me gané un lugar en el olam habá.