29 noviembre 2007

Desde le mesa de un bar

Me gustaba hacerlo en Argentina, en Israel, y también acá. Según tengo entendido, me viene de herencia por parte de abuelo materno. Hablo de algo simple -pero inmenso: sentarme a mirar. Mirar por mirar. Mirar la gente que pasa. Mirarles las caras. Los gestos. La inclinación del cuerpo al pasar. Mirarles las manos, los rasgos, los gestos distintivos, la totalidad. Me da un placer inmenso, sobre todo, si estoy sentada en un café vidriado. O, si el clima lo permite -y eso es ya el paraíso- en un café al aire libre. En una de esas mesitas de afuera, cuando no hay viento, ni lluvia, ni mucho frío, ni mucho calor, ni -especialmente acá en Melbourne- moscas. Entonces sí: me resulta una fiesta. Mirar los pasos, los looks, las combinaciones, las parejas desparejas, las madres apuradas, los ejecutivos ceñudos, los jóvenes despreocupados. Mirar no la ropa en sí sino la manera en que la llevan. Mirar lo común y lo extraordinario, lo cotidiano y lo llamativo. Mirar, mirar, mirar, mirar. Puedo pasarme horas. Claro está que luego vienen las elucubraciones a las que me lleva mi fantástica imaginación: esos dos que vienen ahí son divorciados; ésa se rateó del cole; ése tiene fortunas; ésa está embarazada (pero todavía no lo sabe)... No podrán decir que no me divierto barato (iba a decir gratis pero hay que considerar el costo del café). En Australia, a este heredado y bello pasatiempo se le suma la bendición de la variedad cultural y racial: veo somalíes, afganos, chinos, nepaleses, vietnamitas, malayos, israelíes, singapurenses, indios, japoneses, rusos, suecos, aborígenes, sudaneses, coreanos y la lista sigue. Un festival para mi mente y mis ojos. Mi abuelo se hubiera divertido de lo lindo, acá en Australia, sentadito nomás. A veces, para mis adentros, lo invito a un café, y nos sentamos los dos a mirar la gente pasar y todo todo nos parece "fenómeno", como decía él. Ay, abuelo, mirá esa que cruza ahí, el perro es más grande que ella. "Fenómeno", me diría él, y se reiría bajito, con los dientes apretados y los labios separados, mientras miraría, sin parar, la gente pasar.
Acá abajo (no se lo pierdan) les pongo el link para que vean a Piero cantando "Las cosas que pasan", que si bien es una canción de protesta habla de las cosas que se ven cuando uno mira desde la mesa de un bar:

27 noviembre 2007

Bésame Mucho

Les había prometido poner en el blog mi cuento "Bésame Mucho", que recibió una mención en un concurso literario. Se los voy a tener que habilitar en formato de entrada ya que no sé cómo hacerlo de otra manera (si estuviera publicado en Internet les haría un vínculo, pero no lo está. Demás está decir que si alguna alma caritativa sabe y quiere compartir conmigo cómo alojar documentos word en un blog será muy bien recompensada (?).
Bueno, aquí va:

Bésame mucho
por Daniela Roitstein

José tenía una mujer y un hijo. Un club de fútbol cada vez más lejano y una pasión por el asado que no podía dejar de lado. Por más que supiera que aferrarse a la frase “no hay como la carne argentina” era kitsch hasta el hartazgo, no lograba deshacerse de la sensación de agua en la boca al oler carne asándose con lentitud. Sólo que no lo decía. Y tenía incorporadísima la manía de saludar con un beso. No podía evitarlo, aun sabiendo que ello no cuadraba en un país anglosajón. Por eso, tenia bien elaborada la estrategia: Había que tener siempre un papel tissue en el bolsillo, para el disimulo. Había que evitar pisar a la contraparte, porque ahí sí quedaba todo expuesto impúdicamente. Irremediablemente. Había, sobre todo, que actuar con altura. La celeridad en los movimientos y los reflejos rápidos eran la piedra basal. Ayudaba siempre tener el pelo un poco largo, para cubrir mas no sea un cuarto de perfil al dejar caer la cabeza hacia abajo, con la mayor naturalidad posible, luego del beso fallido. Y nunca, pero nunca, había que disculparse. Eso era el fin.
La última vez que le había pasado lo manejó tan bien que casi lo arruina todo con una sonrisa triunfal prohibida por el manual no escrito del disimulador profesional. A dios gracias, se sobrepuso con un siempre bienvenido “so nice to see you again” que justificaba cualquier gesto alegre que pudiera haber dibujado su rostro en el saludo.
Ningún inmigrante debería poder recibir su visa sin haber tomado antes un curso sobre “cómo sobrevivir a situaciones embarazosas: ¡salude sin besar!”. Eso pensaba José, a menudo.
Como dijimos, él lo tenía estudiado esto del saludo, del ademán. Primero era cuestión de mentalizarse: algo así como atarse las manos en teoría, y por sobre todo la cabeza y el cuello. Pero si pasaba, y eso era moneda corriente por lo menos en los primeros cuatro meses, había que actuar con la suavidad de una gacela y la ligereza de una liebre. Primero, bajar la cabeza por completo y agachar el tronco, dejando caer el pelo para cubrir el posible rubor (inevitable en los inmigrantes primerizos o recién llegados). Los brazos son los primeros en aparecer por el aire, para disimular el gesto equívoco de la cara. Llevar varios anillos o pulseras vistosas ayuda a desviar la atención. (De ser hombre el inmigrante puede reemplazar las joyas por algún tatuaje exótico). Inclinado el cuerpo y llevada la atención hacia los brazos, el inmigrante tiene dos opciones: una es continuar con la inercia del frustrado beso y agacharse del todo haciendo el ademán de atarse los cordones. Esta triquiñuela tiene la obvia desventaja de que uno lleve, justo ese día, mocasines o tacos. Allí es cuando se debe echar mano a la estrategia número dos, la cual tiene sus riesgos pero cuando triunfa, es la que garantiza el mayor de los éxitos. Veamos: El latino comete el error de querer saludar con beso y cuando quiere acudir a la opción A, nota que lleva zapatos sin cordón. Su rostro está ya irremediablemente apuntando hacia el saludado, inclinado sobre su mejilla derecha, su boca ya está fruncida en posición de beso, ladeada la cabeza unos doce centímetros hacia la izquierda. Está tan cerca que hasta puede oler la piel del saludado, sentir su respiración. Oler su desconcierto. La suerte está echada. Oler, oler. Allí está la clave, el quid de la cuestión, la madre de todas las naves. Oler… Entonces sólo es cuestión de actuar con elegancia, y decir -acercándose aún más-: “what a beautiful perfume”. El saludado escucha, el inmigrante se aleja suave pero decididamente. Espera. La suerte está echada. La pelota está en la cancha del adversario. Ya más nada puede hacerse salvo tragarse el beso, tragarse el saludo latino efusivo y abracero, tragarse la fama de fogosos que tienen los latinoamericanos y saludar con un apretón de manos más o menos firme. O con una imperceptible inclinación de cabeza.

José lo tenía bien estudiado el asunto, como dijimos. Después de nueve meses de vivir en la ciudad australiana de Melbourne, y habiendo pasado otro tanto en medio de los ortodoxos de Jerusalén, sus reflejos de inmigrante estaban lo suficientemente aceitados como para no caer en trampas de recién llegado. Sin embargo, sus costumbres argentinas tenían una vida interior propia, latente. Vivían ocultas y camufladas en cada uno de sus gestos, en la expresión de su voz al cantarle a su hijo de cuatro las canciones de María Elena Walsh, en la necesidad de ponerle edulcorante al café, en la ilusión de encontrar un bar abierto a las tres de la mañana lleno de jóvenes o de viejos, o de gente. Sus costumbres argentinas lo dejaban al descubierto y sin defensas, principalmente, cuando había que ponerse la camiseta. En el último Mundial de Rugby, para darles un ejemplo, lloró a moco tendido con el Himno Nacional cuando Australia jugó contra Argentina en un desparejo desafío deportivo: se puso de pie frente al televisor, desentendido de los amigos peruanos, chilenos y bolivianos que se habían reunido a comer (una especie de tarteleta individual rellena con carne, lo más parecido que encontraron a las empanadas)r, y con la mano en el pecho cantó Oíd mortales con el sentimiento que le había conocido a Goyeneche en los tangos que nunca valoró. Ese día, por caso, también se dio cuenta de que ya era hora de aprender el himno local.
José tenía también la costumbre de la torta de Chocolinas. Y justo se acercaba el cumpleaños número seis de su hija Lola. Su mujer ya tenía un esquema perfectamente estudiado para fiestas de este estilo: Sándwiches de miga, salchichitas de copetín, medialunas con jamón y queso, empanadas de carne, y torta de Chocolinas. No tan caro, no tan sofisticado, pero no quedaban ni las miguitas. Recordaban siempre que el año anterior, cuando se disponían a despatarrarse en un sillón y disfrutar como se suele hacer al retirarse el último invitado, lo único que había quedado en pie había sido un resto de sándwich mordido de jamón y morrones y medio vaso de Coca. That’s it.
Pero este año la mano venía más complicada. Los nueve meses que habían pasado desde la llegada no les había alcanzado a los Soner para encontrar los equivalentes en el supermercado australiano, a sus objetos-fetiche del Carrefour de Mansilla y Bulnes en pleno barrio porteño de Palermo: la manteca era siempre o muy salada o muy sosa, la leche muy aguada o demasiado cremosa, la mermelada muy azucarada, la tapa para tarta cuadrada en vez de redonda, los ravioles carísimos, las salchichas extrañas y las medialunas gigantes. Por no mencionar el tamaño exagerado de las sandías y el gusto a medio camino de las batatas. ¿Y cómo puede ser que no exista el queso blanco Mendicrim? Tienen la góndola poblada de los más variados e inimaginables tipos de manteca y no tienen ni un mísero ejemplar de queso blanco. Y la mayonesa, qué gusto raro. Anyway.
Salieron José y Maria ese día temprano para ir junto al Coles. Maria trabajaba como maestra de español y José en un negocio de grandes proporciones que vendía, en las dos manzanas que ocupaba, solo accesorios para aspiradoras. Dos manzanas completas solo para vender filtros, mangueras, bolsas de repuesto y más filtros. Que extraño, pensaba José. “Para nosotros”, contestaba siempre Maria. Sí, claro, para nosotros, afirmaba José no muy convencido. Y siempre el mismo diálogo, mas o menos sábado de por medio, cuando salían a hacer las compras, a solo una cuadra, pero con el auto.
Ese día flotaba en el aire un viento exótico. Eran las nueve, el pronóstico decía parcialmente nublado y vientos leves a moderados del sur. Llevaron abrigo y sandalias, porque “si no te gusta el clima en Melbourne, esperá cinco minutos”, aprendieron al llegar. Se subieron al auto automático y grande, José a la derecha para manejar, lo cual todavía no dejaba de sorprenderlo (si todavía, cada vez que veía un perro o un niño en el asiento delantero izquierdo, le tomaba unos segundos reponerse de la sorpresa y entender que el volante está en realidad del otro lado, y que los perros no manejan tampoco en Australia...).
-¿Qué te pasa?
-Nada.
-¿Y por qué esa cara, entonces?
-No, nada. Qué se yo. El cumple.
-¿Qué pasa con el cumple, María?
-Nada. La torta.
-¿Qué pasa con la torta?
-Nada. Qué se yo. Las Chocolinas.
-¿Qué pasa con las Chocolinas?
-Nada, nada. Pero el Mendicrim.
-¿Qué pasa con el Mendicrim, María? ¡Y no me digas “nada, nada’ y “qué se yo”, hablá de una vez!
-No, nada. Digo, bueno, qué se yo. Es que no hay, entendés, no hay nada como la gente acá, no hay un mísero paquete de Chocolinas y ni un mísero pote de queso blanco para hacer una simple torta de cumpleaños para una nena de seis, ¿entendés? ¿Cómo puede ser, eh, decíme? ¿Qué tienen en la cabeza estos australianos, eh, decíme?

José calla. María solloza. Desvía una lágrima con la manga de la camisa.

-María.
-Qué.
-¿Te calmaste?
-Sí. Ya está. Pasó.
-Vení, dale. Vamos a la góndola de las galletitas. Las de Arnot no quedarán tan mal, ¿no? Las de chocolate, digo. Y mirá, ahí están los quesos. ¿Qué te parece el Philadelphia? Puede andar, ¿no?
-Sí, supongo. Ah, mirá. Ahí hay está la góndola de Nestle. Llevo dos latas. Mejor tres. A la gorda le fascina con mucho dulce de leche. ¿Cuánto tiempo dijo tu vieja que había que hervir la leche condensada?
-Hora y media. Con la lata cerrada. Pero déjalas menos, ella siempre exagera.

Pagan. Salen. María quiere manejar, se siente mejor. Compraron todo para la torta y consiguieron unas salchichitas muy ricas y unos panes bien finitos para los sándwiches de miga, que este año serán caseros. Queso de máquina y mayonesa de verdad. Las empanadas las reemplazaron por fruta, que es más sano. Y bueno, algo hay que ceder.
José siente paz. María saca la llave, baja las bolsas del auto y prende el televisor. Lo hace automáticamente desde hace nueve meses, para acostumbrar el oído. Conoce la programación de memoria. Prefiere la tele a la radio por la compañía, por los colores. Y porque le gusta el presentador de las noticias del siete. No entiende todo, pero cada día, le dijeron, aprende una palabra nueva, o dos. Por la edad. Lola será bilingüe en poco tiempo, le dijeron. “Sí, si ya me corrige la muy pícara. Se sabe todos los nombres de los animales y yo todavía no me puedo aprender el nombre de la remolacha ni diferenciar los distintos tipos de lechuga en la góndola de las verduras”.
Suena el timbre.
-¿Vas?
-No, dale, abrí vos que estoy guardando todo en la heladera. Y tengo que vaciar el dishwasher. Te digo, todavía no sé si me ahorra tiempo o me complica más, este aparato. Dale, abrí vos please que debe ser Jayson.
Chirría la puerta. Se escucha una emoción. Un silencio efusivo. Un llanto reprimido. Se escucha un abrazo.
-¿José? ¿Quién era?
Calla José.
--¿José?
Silencio.
Decide ir, María. Camino a la puerta ve una escena increíble. Se refriega los ojos, enfoca nuevamente y, de pronto, sonríe. Ve a José. Ve a Jayson. Ve a José y Jayson abrazados, efusivos, compartiendo una emoción. Un saludo atípico para el lugar.
-What’s going on here?, abre María el diálogo
-No, nada. Jayson vino a saludar. He came to say goodbye. Se va, Jayson.
-Oh, are you moving? Where? Which suburb?
Jayson sonríe.
-No, María. Se va. Se va del país. Emigra.
-Oh, I see... Traga María una saliva medio amarga. Justo los únicos amigos locales que se habían hecho, están ahora con las valijas hechas.
-¿Y aa dónde se van? Where are you going to live?
-Chile. Santiagou. Unbelievable, isn’t it? You came here, I go there..
Sonríe, María. Traga saliva, José. Se afloja, Jayson
-¡Venga un abrazo, amigo! Give me a hug. You need to start practising.
Ríen. Se abrazan. Lo besa, María. Devuelve el beso, Jayson.
The latin way. That’s it.

26 noviembre 2007

Jeresopo


Paseo matinal al Seven Eleven: yo empujando el carrito y Coni y Jere con sus scooters (o sea: la versión moderna del monopatín) a toda velocidad. Eso se viene repitiendo desde hace unas semanas, gracias a dios sin haber aún atropellado a nadie...
Iba el domingo, como les decía, con mis tres hijos, yo atrás y ellos delante cuando Jere me grita, después de pasar raudamente por encima de algo en la vereda:
-"¡¡Mamiiiii, pisé sangre!!
Me acerco, miro y le digo:
-No es sangre. Son ciruelas aplastadas.
-Ah, pensé que era sangre - dice. Después, dirigiéndose a Coni:
-Coni, no era sangre: son cireulas
-Ciruelas - a coro, cual maestritas, le corregimos Coni y yo.
-Cireulas.
-Ciruelas. A ver decí "Ci"
-Ci
-Decí "ru"
-"ru"
-Decí "cirú"
-"cirú"
-Muy bien. Decí "ciruela"
-"Cireula"
-No, no!! Ci-RUE-la
-Ci-REU-la
-No, Jere. A ver, decí "sandía"
-Sandía
-Decí banana
-Banana
-Decí frutilla
-Frutilla
-Decí papaya
-Papaya
-Decí ciruela
-Cireula
-Pero Jere, a ver, decí Manuela
-Manuela
-Muy bien. Decí "cuela"
-Cuela
-Muy bien. Decí "abuela".
-"Abuela"
-Genial. Ahora decí "ciruela"
-CIREULA
Pero Jere, a ver, probemos de nuevo:
-ciruela
-Cireula
-Ci-rue-la
-Ci-reu-la
-Ci-rue..
Mami! (interrumpiendo), ¿sabés qué?
-¿Qué, mi amor?
-Igual, esas cireulas... ¡¡¡¡no me gustan!!!!*
¨
*nota de la bloguera: cualquier similitud con esto corre bajo la exclusiva responsabilidad de Esopo.

24 noviembre 2007

Votar es una fiesta






Hoy se votó en todo el país. Ganó Kevin Rudd. Arrasó, en realidad. John Howard, del partido liberal gobernante, cayó luego de mantenerse en el poder por once años. Y podría seguir contándoles datos y estadísticas, pero el propósito de mi post es otro: hoy les quiero contar cómo, votar, puede ser una fiesta para todos. Salí a la calle con mis hijos a dar un paseo y palpitar las elecciones. El día soleado y de 22 grados no podía ofrecer mejor escenario para el clima festivo y distendido que vibraba por doquier. La gente sonriendo. Los simpatizantes de uno y otro partidos repartiendo panfletos de último momento, uno al ladito del otro sin pelear (acá no hay veda). El cuarto oscuro es claro y visible. Cuando llegás te preguntan:
-¿Nombre? Y se los decís. Te preguntan a continuación:
-¿Votaste en algún otro lado?
Y les decís "no".
Te dan el sobre, vas y votás. Así como escuchaste. NO TE PIDEN NINGUN DOCUMENTO, ni pasaporte, ni licencia de conducir (que acá hace las veces de documento de identidad) ni nada. Vos decís quién sos, declarás no haber votado aún y tu palabra tiene credibilidad. Hay confianza.
¿Qué más vi? El Primer Ministro John Howard fue a votar y se paró en la cola. Tuvo que hacer veinticinco minutos de cola como cualquier hijo de vecino hasta que le llegó su turno.
A las 10: 26 pm admitió la derrota, felicitó al contrincante y agradeció a quienes lo acompañaron en estos años. Al poco tiempo el líder de la oposición daba su discurso declarando su triunfo, el cual empezó felicitando y agradeciendo a John Howard por sus años de gestión. No hubo ni chiflidos, ni intentos de desprestigiar el triunfo (cosas tales como aducir mal recuento de votos... corrupción en el recuento de votos... robo de urnas...: nada de nada, un proceso transparente y limpio). A la noche nos sentamos con los chicos frente al televisor a ver el resultado y los discursos. Para mí fue un inmenso placer vivir un proceso de votación en forma tan democrática y feliz. Para los chicos fue una lección de civismo que disfrutaron a lo grande (estaban muy muy informados del proceso electoral, por el colegio, con lo cual pudieron seguir los acontecimientos del día como partícipes más que como meros espectadores, y eso a pesar de tener 9 y 5 años solamente). Les digo: votar, en Australia, es una fiesta. ¡Si hasta el indio* me volvió a hablar!


*ves post "Rompiendo ídolos"



23 noviembre 2007

Qué me habrá querido decir

Un año entero -¡un año!- estuve haciéndoles a mis alumnos el gesto de "ojo" cuando se portaban mal, o estaban a punto de cometer alguna travesura. Un año de llevarme el índice al párpado inferior, y mirarlos con cara amenazadora, a veces diciéndoles "careful" pero a veces en silencio, a puro lenguaje corporal nomás. Un año. Yo veía que a veces me miraban con cara rara pero por lo general funcionaba. Enseguidita se quedaban quietos, un poco atónitos, eso sí, pero hacían caso. Grande fue mi sorpresa cuando en la fiesta de fin de año, todos ya más relajados, y con la relación alumnó-docente más desacartonada, se levanta Jodan y me dice: Daniela, te queremos hacer una pregunta:


-¿Por qué todos los días te estirabas el ojo tooooooooooodo para abajo?


-¿A qué te referís Jordan?


-A esto (y Jordan imita, con dulce torpeza , mi gesto de "ojo, tené cuidado")




Ahí entendí todo: durante un año yo estuve usando un lenguaje corporal que creía universal, cuando en realidad en Australia, cerrar la mano y dejar el dedo índice apuntando hacia arriba, llevarlo a la base del ojo, sobre el párpado inferior, y estirar levemente el párpado hacia abajo, no significa más que eso: cerrar la mano y dejar el índice apuntando hacia arriba, llevarlo a la base del ojo, sobre el párpado inferior y estirar levemente el párpado hacia abajo...


Cuando finalmente les expliqué, nos matamos todos de la risa y quedó como anécdota, mientras yo para mis adentros me preguntaba qué otros gestos habré estado haciendo por allí que acá en Australia no tienen ningún significado asociado. O aún peor: ¡representan algo grosero o vulgar, o quizás simplemente lo contrario de lo que queremos decir! Por suerte gracias a la bendita televisión no hay que ser Einstein para saber lo que el dedo mayor levantado y los demás cerrados significa. LO que todavía no probé es si el corte de manga -que sería el equivalente al dedo mayor levantado- es universal. Ni pienso comprobarlo (mi positivismo llega hasta aquí).


A continuación va un chiste gráfico un poquitín grosero pero con algo de altura.
"Read between the lines"
Con todo respeto. Hasta la próxima.

21 noviembre 2007

Preguntas prohibidas (aunque pensaba ponerle "Arva Cushiót")

Cuando la famosa tira de Quino se muda a la revista Siete Días, Mafalda se presenta diciendo:
"Entre las cosas que me no gustan están: primero, la sopa, después, que me pregunten si quiero más a mi papá o a mi mamá, el calor y la violencia. Por eso, cuando sea grande, voy a ser traductora de la ONU. Pero cuando los embajadores se peleen voy a traducir todo lo contrario, para que se entiendan mejor y haya paz de una buena vez".
Usándola a Mafalda como ejemplo voy a presentar la lista de preguntas que NO me gusta que me hagan:
1)¿Cuánto hace que estás en Australia?
2)¿Por qué te fuiste de Argentina?
3)¿Cómo es que eligieron Australia?
4)¿Extrañás?
La próxima vez que alguien me pregunte eso pienso contestar:
1)No me acuerdo
2)No estoy segura
3)Tiramos la monedita. Cara: Estados Unidos. Ceca: España. Cayó de canto...
4)¿Realmente te interesa si extraño o no?
De todos modos debo confesar que cuando soy yo la que conoce a un inmigrante debo hacer un esfuerzo sobrehumano -y sólo porque lo he vivido en carne propia- para no caer en las mismas cuatro preguntas que anteceden. Luego de pensar y pensar pregunto, en vez:
-¿Tomamos un café?
Y ahí sí, charlamos, nos conocemos, preguntas van, preguntas vienen, hasta que, inevitablemente, llegamos a lo inexorable...
Cuándo llegaste?... por qué te fuiste?... por qué Australia?... extrañas?...
pregunto, mientras me muerdo los labios e intento salvar el error, volviendo al principio feliz:
-¿Otro café?
pero el amigo ya se ha ido, huyendo despavorido de las mismas preguntas, una y otra vez, una y otra vez.
Así que ya saben.

20 noviembre 2007

Una confesión

Oíd mortales el grito sagrado/libertad,libertad,libertad/oíd el ruido de rotas cadenas/ved en trono a la noble igualdad... creo que aunque viva cien años no me lo voy a olvidar. Digo yo: siendo que hace cuatro años y medio que vivo en Australia -cuatro de los cuales los pasé trabajando de maestra, lo que equivale a una docena de actos escolares anuales, por lo menos- sería hora de que vaya aprendiendo el himno local, ¿no? Tal vez cuando logre tocarme una fibra más íntima, o cuando, dentro de poco, obtenga la ciudadanía, o tal vez algún día, sin darme cuenta, lo tararee en la ducha... "Advance Australia fair!"

Acá les adjunto el link para que puedan ver un videíto con el Himno Nacional de Australia y unas fotografías de fondo: http://www.youtube.com/watch?v=6iGNhgMd6uM

19 noviembre 2007

La foto que habla

Henry. La kipá en la cabeza, la pelota de footy en la mano, la ropa de Cheeky puesta. Crisol de identidades.

18 noviembre 2007

Nunca digas nunca

Es domingo, esa hora en que las sensaciones se sienten en la boca del estómago, y no hablo precisamente del hambre. Hablo de la angustia de los domingos a la tardecita, qué cosa, ¿no? Tengo casi comprobado que es una sensación universal. Una languidez, un nudo en el estómago, una tristeza leve, cuando está bajando el sol. Para combatirla cada uno tiene su método, supongo. En mi caso lo mejor es ponerme a preparar las cosas para el día siguiente y salir un rato de casa, o darme un buen baño de inmersión o -ahora que estoy en Australia- tomarme una copa de vino, Shiraz preferentemente. Empecé por la vianda de Coni, y mientras untaba un "sandwich" me reía para mis adentros pensando en los cambios que sufrimos (qué expresión esa... "sufrir" cambios) en nuestras (no tan) férreas convicciones los inmigrantes:
Hete aquí que al llegar me encontré con que, a partir de la sala de 5, el colegio no brinda el servicio de comedor escolar sino que cada chico debe llevar su vianda. Genial, me dije, mientras los primeros días trataba de mirar qué habían mandado las otras mamás para tener más ideas que el simple sandwich de queso. Las opciones estaban de por sí limitadas ya que la vianda debe ser totalmente láctea, por el tema de cashrut, y, además, la escuela adoptó la política de prohibir completamente en todo el ámbito del colegio todo lo que contenga nueces y sus derivados, por el alto índices de niños alérgicos en el país. Dispuesta a brindarle a Coni la mejor vianda del Bialik College me embarqué por unos días en mi gran empresa culinaria en busca de ideas ricas, variadas y sanas. Grande fue mi sorpresa al ver que las demás viandas contenían comida en general y sándwiches en especial que daban por tierra con todo lo que yo entendía por "un almuerzo saludable": el horror total lo personificaba el sándwich de... mermelada! Qué cosa indignante, y cuánta ignorancia estas australianas, mandar pan-mermelada-pan para el almuerzo, qué no tienen ni idea, que eso engorda, y que patatín y que patatán. ¿Y esos fideítos fritos crudos? Pero por favor, no tienen ni idea, eso engorda como la gran siete, yo nunca, jamás de los jamases le voy a mandar a mis hijos eso en la vianda...
Pero acá me ven -me veo-, en un domingo caluroso, cuando está bajando el sol, a la hora del nudito en el estómago, untando un sándwich de mermelada de frutilla para la vianda de mi hija, mientras con la otra mano abro la alacena y saco un paquete de fideítos fritos marca Maggi, porque, en realidad, de a poquito, vamos dejando de lado la superioridad con que nos manejamos al principio los inmigrantes (todo todo lo hacemos más y mejor, en nuestro país de origen...) y vamos adoptando las costumbres del lugar. El famoso "a donde fueres, haz lo que vieres" es tan cierto en su tono imperativo como en su consecuencia natural. Penetra lenta pero segura la costumbre del lugar, aunque hayamos dicho nunca jamás... nunca jamás... Y me pregunto cuántas inmigrantes como yo han dicho, al llegar al país al que migraron, "yo nunca voy a hacer tal cosa... cenar a las seis de la tarde... hacer un cumpleaños en una plaza... ir descalzo por la calle... usar el papel higiénico para sonarme la nariz y guardar los bollitos usados adentro del rollo (los de Israel lo habrán visto, no? :)... comer papas fritas con mayonesa (Holanda)... dejar de saludar con un beso... caminar con sombrilla por la calle... guardar la ropa sin planchar...

16 noviembre 2007

Hoy estoy de luto

Pasó hace unos días, pero las imágenes se difundieron entre ayer y hoy. Fue en Canadá, tal vez lo saben ustedes, tal vez no: yo no puedo ignorarlo. Un inmigrante polaco recién llegado a Canadá vivió apenas diez horas en el país antes de morir de unas descargas eléctricas a manos de la policía en el Aeropuerto del país. La historia tiene ingredientes simples: su madre había inmigrado a Vancouver hace un tiempo, él iba a reunirse con ella. Sin conocimientos de inglés y sin experiencia en viajes, el inmigrante esperaba ver a su madre en la cinta en donde se recogen las valijas. La esperó durante diez horas. La larga espera en un lugar desconocido, en otro idioma, causó estragos. El inmigrante comenzó a desesperar: la gente lo vio hablándose a sí mismo en polaco (algunos alegan ruso) y sudando copiosamente. Parecía desorientado. En un momento tomó una banqueta de madera en sus manos, gritaba. Una mujer -una pasajera como cualquier otra- intentó acercarse, y con el idioma universal: las señas, le hizo un gesto indicándole que se calmara. Lo estaba logrando... pero llegó la policía. Ante el how are you inicial (trivial) el inmigrante sólo les dio la espalda, aparentemente gritando "polizia", quizás temiendo a la autoridad. Le indicaron que pusiera sus manos sobre un escritorio allí ubicado. Él no entendió, y no lo hizo. Su instinto inicial no falló: la policía, sin ir más lejos, le disparó con una pistola Taser una descarga eléctrica que lo tumbó. Los testigos dicen que fueron por lo menos cuatro disparos, la policía habla de dos. Como si acaso algo cambiara con ello. El polaco murió minutos después. No llegó a ver a su madre, no llegó a hacerse entender. Se llamaba Robert Dziekanski, tenía 40 años y murió por un cóctel explosivo: la brutalidad policial, el shock migracional, y no saber inglés ni francés. Vivir en otro idioma puede ser muy estresante al comienzo, y si bien el aquí ilustrado es un caso extremo, no puedo sentir menos que una profunda empatía por este polaco llegado a Canadá con el alma en pena, la mente confundida y la lengua atravesada en su polaco natal.

14 noviembre 2007

Piropos se buscan

En Buenos Aires abundan: a la fea, a la bonita, a la flaca, a la gordita; a la alta, a la bajita, a la rellena, a la escobita. Cada cual camina por las callecitas de Buenos Aires y -cuadra más, cuadra menos- recibe su porción del día y se va contenta por ahí, poniendo cara de ofendida para hacerse la interesante pero anotando mentalmente en su libreta de mujer bonita cúantos piropos le dijeron ese día. Desde los Apto para todo Público ("qué preciosa que estás", "ay, me enamoré") hasta el renombrado "qué culo mamita" los piropos deberían figurar en los folletos de Turismo dentro de la categoría atracciones turísticas de Buenos Aires. ¿Se siente un poco bajoneada? Haga un corte y una quebrada y en San Telmo la colmarán de miradas. O: no deje de visitar la Catedral, que ni las monjas de salvan del piropo matinal. Demás está decir que caminar por la calle en Buenos Aires dejó hace rato de servir de termómetro estético (=salgo a la calle y veo cuántos piropos me dicen a ver si así estoy linda) ya que todas las mujeres, la linda, la fea, y la que su suerte desea reciben copiosos comentarios, independientemente de lo que objetivamente podría reconocerse como bello. En fin. Imagínense cuán grande habrá sido mi sorpresa al llegar a Australia y caminar por las calles sin ser siquiera registrada. Ni una miradita, ni un suspiro, ni un qué linda, ni qué lolas, ni nada. Fue llegar a Melbourne y sentirme un sapo (feo). En los cuatro años que llevo acá recibí en total dos piropos. Uno en un supermercado. De una mujer. Otro de un camionero. ... argentino!! Mi autoestima ha bajado a niveles subterráneos. Creo que lo que más ansío en mi próxima visita a Buenos Aires es ponerme cualquier cosa y salir a caminar por Santa Fé, poner cara de ofendida para hacerme la interesante y anotar mentalmente los piropos que me digan por ahí. Aaaaaaahh, las cosas que una pierde cuando se va...

12 noviembre 2007

Para muestra basta UN BOTÓN



Quizás porque -aunque era chica- viví la dictadura en la Argentina, quizás porque así me criaron, quizás así porque sí, pero todo lo que tenga que ver con delatar me pone la piel de gallina. No bien llegué a Melbourne y empecé a trabajar como docente en el cole, una de las cosas que más me sacaba de mis casillas era que los alumnitos me dijeron "Morá Daniela, fulanito está comiendo en clase"... "Morá Daniela, menganito no está prestando atención" y así varios por día, dale que te dale. No pasaba una clase sin que alguno de los alumnos delatara a un compañero por estar haciendo algo "contra la ley". Y yo, para enorme sorpresa de los niños, en vez de enojarme con el infractor me la agarraba con el delator, y le daba una filípica que duraba lo que la clase, explicándole cosas tales como la solidaridad, la amistad, el compinchismo, etc. Con el tiempo me di cuenta de que era una cuestión cultural: Australia fomenta la delación. La acusación, la denuncia. La mandada al frente, bah. Botonear, lo que se dice. A modo de ejemplo: hay aquí publicidades del gobierno que instan a delatar a un vecino que esté usando agua contra lo establecido por las restricciones municipales (por ejemplo lavando el auto, llenando su pileta, regando su jardín fuera de horario). Y la insistencia es intensa, con el perdón de la rima. Tal es así que hace dos semanas ocurrió lo siguiente:
Un vecino estaba regando su pequeño jardín. Un cantero nomás. Regaba y silbaba, regaba y silbaba. Pasó un señor cualquiera por la calle y lo increpó: "que qué hacés regando, estás violando las restricciones municipales, te voy a denunciar, etc., etc., etc.". El vecino de la manguera replicó que no, y que además no era asunto suyo. La discusión subió de tono un poquito. El vecino regador le dio un manguerazo al otro. Lo mojó. El otro se enfureció, cruzó el cantero, le dio un empujón al regador. El vecino regador se puso nervioso. Tuvo un ataque cardíaco. Se murió.
A mí me puso los pelos de punta cuando lo leí en las noticias. (Para peor, resultó ser que como era miércoles el vecino regador no estaba infringiendo norma alguna porque los miércoles, en su vereda, el riego está permitido. El delator estaba equivocado.). Entiendo, de todos modos, que el tema da para discusión, y que permite matices. Acá hay teléfonos a los que te incitan a llamar si vez a alguien tirnado basura en la calle, dejando la caca del perro, o, lo que está más de moda: algún sospechoso de terrorista. Bien, sé que el tema da para opinar para ambos lados. Pero lo que quiero explicar es cómo el nivel de fomentación de la denuncia genera entre la gente una desconfianza y una distancia que, a su vez, genera desinterés y falta de solidaridad (por miedo, y no por falta de bondad). Y desencadena en actos sociales absolutamente bizarros. Les cuento una:
Cuando quedé embarazada de Henry empecé a frecuentar un sitio web sobre embarazo y crianza cuyo contenido fundamental son los foros de discusión. Vos te registrás con un nombre de usuario, tenés tu clave y opinás. Los usuarios se agrupan por temas de interés: las embarazadas jóvenes forman grupos, las de más de 40 otro, las que están amamantando otro, las de mellizos otro, etc. El sitio tiene más de cien mil usuarios registrados y es uno de los foros de discusión sobre embarazo y maternidad con más tráfico en la red. ¡¡Hete aquí que ayer veo que uno de los posts figuraba como leído más de nueve mil veces!! Qué será, me pregunté. El título decía algo así como "Mensaje abierto para aquellos que están preocupados". En resumen: esta usuaria había comentado en uno de los post, dentro de su grupo de pertenencia, que a veces dejaba a su hijita de dos años sola en la habitación por dos horas jugando, porque ella está embarazada del segundo y agotada, y aprovecha mientras la nena juega y se tira a descansar un rato en el sillón. No suena tan terrible, ¿no? Bueno.... las demás usuarias le hicieron la denuncia en los Servicios Sociales del gobierno por maltrato y abuso de menores! La mujer estaba en shock total, no lo podía creer. En su post abierto se deshacía en explicaciones detalladas de cómo ella en realidad sí cuidaba de su hija y era una madre buena y dedicada... Resultaba tan patético y tan triste ver como "La Princesa y el Príncipe" (su nombre de usuario) trataba desesperadamente de dejar volcada en el post una buena imagen de sí misma, llegado el caso que Asistencia Social decida analizar la evidencia. (¿¿De quién?? ¿¿De "La Princesa y el Príncipe"?? ¿¿Y quién es, acaso?? ¿No se supone que uno elige un nombre de usuario para permanecer anónimo?...).
No estoy haciendo apología del abuso de menores, sabrán entender ustedes, y sería la primera en denunciar un caso si lo hubiera. Pero que basados en un comentario inocente, de una madre cansada, que creyó estar escribiendo en un círculo "amistoso" virtual, se termine en una caza de brujas al mejor estilo medieval, me saca tanto o más de las casillas que el pelirrojito que me dice que fulanito se está copiando!! El paso siguiente vos y yo lo conocemos: ya me veo escuchando por las calles de Melbourne, en susurro y con desprecio, unos a otros diciéndose:

"Y...algo habrá hecho!

Terrible. Que dios no lo permita.


10 noviembre 2007

Rompiendo ídolos



Después de charlar con el griego (ver post anterior) fui a comprar un cafecito al Seven Eleven, que es como la Esso o la Shell de allá: estaciones de servicio con mini-mercadito y venta de café, medialunas, etc. El Seven Eleven que yo voy siempre, no sé porqué motivo, está siempre atendido por indios. (Valga acá la aclaración: no me refiero a aborígenes sino a los naturales de la India, que a su vez pueden o no ser hindúes -de la religión hindú- por eso lo correcto es decir indios y no hindúes). De tanto que voy (me parezco a Claudio...) ya me los conozco a todos. Con algunos hablo mucho y otros parecen mudos (o tímidos, como suele creer mi mamá). Ayer entré al Seven Eleven y estaba de turno uno de los "mudos". Compré café y una barrita de cereal y cuando voy a pagar, para mi enorme sorpresa, el indio mudo me habló:

-¿Viste alguna vez a Maradona?

-¿Perdón? le pregunto, despertándome de mi asombro, no tanto por la pregunta en sí sino porque me había hablado.

-¿Viste a Maradona? -sus ojos fijos, expectantes.

-Sí... no, le digo

Me mira, intrigadísimo, como si su vida dependiera de ello. Me di cuenta de que le tenía que dar una respuesta más clara.

-¿Vos te referís en persona si lo vi?

-Sí. ¿Viste a Maradona? -sus ojos fijos más grandes aún.

-No, nunca.

El indio del Seven Eleven mi miró desconcertado y volvió a callar. Qué desilusión en la mirada. Yo no quería desanimarlo, así que agregué:

-Vos sabés que es un drogadicto perdido, dicen que está recuperado pero en realidad no, es un drogón terrible, está gordo y enfermo, arruinado...

El indio levantó la mirada: creo que me quería matar. Por un instante no dije nada, pero por pura compasión agregué:

-Pero en el fútbol no le gana nadie, es un genio, un genio total, eh!

Pero no, no hubo caso: le había destruido a su ídolo, sin punto de retorno. Andá a saber cuánto tiempo habrá estado el indio tratando de preguntarme a mí, sin animarse, probablemente la única argentina a la redonda, si vi a Diego Maradona. Si yo le hubiera dicho "Sí" el indio hubiese tocado el cielo con las manos, por el solo hecho de estar hablando con alguien que vio a Maradona, algo así como una poderosa sensación por transición. Pero no, yo voy y no sólo le digo que no lo vi sino que encima lo destruyo, lo destrono, lo bajo del pedestal. Pobre indio. A nadie la gusta que le destruyan un ídolo, ¿verdad?. A veces es lo único que tenemos.

Antes de irme, en un último intento por reparar el daño causado le digo:

-¿Sabés qué?, mi marido es hincha fanático de Boca. Me parece que él sí lo vio una vez a Maradona. Le voy a preguntar y te digo la próxima.

Me fui, cabizbaja. Por el rabillo del ojo me pareció ver que el indio, disimuladamente, se limpiaba una lágrima. Y yo también.




07 noviembre 2007

Estereotipos sobre inmigrantes

Ayer y hoy tuve que ir a un Seminario (no cementerio, jeje); una capacitación para el año que viene. El lugar -caso raro en Melbourne- no tenía acceso por rampa a ese preciso sector al que yo tenía que ir. La entrada constaba de unos cuantos escalones que la combinación de los diez kilos de Henry, los siete u ocho del Perego y mis tacos altos no hubiesen logrado que sala airosa. Así que opté por pedirle ayuda al primer hombre que vi por ahí. Resultó ser uno de los de mantenimiento.
-Hola, disculpame, ¿me podés ayudar a bajar el carrito? (en inglés, obviamente, el diálogo).
-Ah, sí, vos sos la del bebé tan lindo. Ningún problema. Y me instruye: -Agarrá de la manija y yo llevo de abajo. Yo no rompo platos.
Se imaginarán que lo miré sorprendidísima por el comentario tan desopilante. Le iba a preguntar por el origen de semejante aclaración pero el seminario había empezado y no quería llegar tarde.
En uno de los breaks me acerco a servirme un té (el café era feísimo) y allí estaba el buen señor, acomodando pilas de platos y galletitas típicas de este tipo de convenciones. Al cabo de un ratito escucha que alguien le pregunta de dónde es y el dice: "soy griego".
Ajá! Ahí mi cabeza ordenó el rompecabezas y disparó asociaciones en sentidos varios. Ahí fue cuando entendí porqué me dijo "Yo no rompo platos", qué quiso implicar con eso, y en qué estado se encuentra su yo. Veamos:
Cuando le pedí ayuda él aceptó solícito. Después me indicó cómo bajar. Se ve que ahí yo dudé unas décimas de segundo, quizás elaborando cuál era la mejor manera de bajar, más por mis tacos altos que por la habilidad de mi ocasional ayudante, de la cual no había dudado ni un instante... Esa expresión o gesto o lenguaje corporal que él vio y que sólo duró lo que un suspiro, le despertó un complejo, ya que él interpretó probablemente que yo desconfiaba de él. Entonces me dice (¡me aclara!): Yo no rompo platos. Es decir: "sí, soy griego, vos probablemente lo sepas; soy griego y lo que la gente sabe de los griegos es que en las fiestas de casamiento festejan rompiendo platos; eso suena muy primitivo; la gente piensa que los griegos son salvajes que rompen platos; yo soy griego pero no soy así de primitivo, quedáte tranquila que voy a bajar al cochecito y a tu bebé delicadamente, y no como si estuviera rompiendo platos en una fiesta".
Pero solamente dijo: "Yo no rompo platos". Qué poder de síntesis para un estereotipo. ¡Y que flor de complejo!
No lo culpo, ojo: los inmigrantes están llenos de complejos, que podríamos llamar "complejos de raza/nación/religión", que tiene su base en los estereotipos varios con que se los identifica y que los llevan a actuar muy a menudo de maneras antinaturales, sólo para demostrar que la cualidad con la que generalmente se asocia a la gente de su país, ellos no la poseen. Un buen ejemplo es el "mañana, mañana" con que se nos identifica a los latinos (no sólo a los mejicanos). Implican con eso que somos vagos y que todo lo dejamos para después. Un latino acomplejado, entonces, trataría de demostrar lo contrario adelantando plazos a veces a niveles ridículos. Y puedo seguir con más ejemplos, pero otra vez se está haciendo tarde así que mejor... lo dejo para mañana!!!! :)

05 noviembre 2007

Miti y miti Parte II

Y sí, Juan, nosotros también fuimos al diccionario! (De tal palo...). Y encontramos lo siguiente:
Mitad f. Cada una de las dos partes iguales en que se divide un todo. // Medio: partir un pan por la mitad.
O sea que, parafraseando a Feliz Domingo acá diríamos "los dos a la final, los dos a la final!!" ya que:
1)Se puede cortar algo por la mitad y que las dos partes sean simétricamente iguales (esto lo sabíamos)
2)Pero también, según la segunda acepción de mitad como "medio", se puede partir algo por la mitad sin que las dos partes resultantes sean iguales. Imagínense un tenedor. Lo podemos partir por la mitad (por el medio) y obtener dos mitades no simétricas: una mitad sería el mango, y la otra los dientes. O, claro está, lo podemos partir también en dos mitades iguales, a lo largo, y obtener dos mitades simétricas.
Divertido, no? En realidad era para mostrarles cómo el hecho de vivir lejos de la lengua madre nos hace consultar los diccionarios más que nunca. En este caso fue un viejísimo y queridísimo Pequeño Larousse Ilustrado de tapa roja dura que de pequeño no tiene nada y data de 1968. SE ha convertido en mi nuevo libro de mesita de luz (hagan la prueba: me había olvidado qué lindo es hojear una enciclopedia, abrirla en cualquier hoja y descubrir palabras rarísimas, dibujos y datos curiosos así porque sí).
Hasta la próxima.
PD: me quedé pensando en lo de la cafetería de la escuela, anónimo... tema para otro post...

04 noviembre 2007

Miti y miti


Acá las milanesas de pollo del super tienen forma de corazón. Y son bastante generosas. Es decir, grandecitas. Ayer cenamos milanesa con arroz y ensalada. Ahora bien, como en Australia se cena tempranísimo se da la situación que no terminan los chicos de merendar que ya los estamos convocando a la mesa para la cena. Los cereales y el Nesquik se les deben mezclar con el bife o los fideos todavía en el esófago!!! Ayer no fue la excepción, así que al servir las milanesas le pedí a Sergio que cortara una por la mitad, para que Coni y Jere la compartan. Agarra él diligente el cuchillo y se apronta a cortar cuando al ver cómo iba a hacer el corte le grito "¡Por la mitaaad te dije, mi amor! (bueno, creo que dije mi amor... tal vez sólo grité...). Coni, alertada por mi grito mira, Sergio detiene el cuchillo en el aire y mira, Jere mira. Todos escrutinamos el corte que estaba Sergio por hacer: imagínense ustedes un corazón. ¿Listo? Bueno, ahora imaginen que lo cortan por la mitad....... ¿Cómo lo "cortaron"? Sergio lo estaba por cortar a lo ancho, cuando en mi cabeza "cortar por la mitad" esa milanesa-corazón era hacerlo a lo largo.

Ante mi grito ("Por la mitaaad te dije...!") Sergio me respondió:

-Lo estoy cortando por la mitad

A lo que yo digo:

-Sí, no, bueno, así me refiero (haciendo señas con el dedo, de arriba para abajo)

A lo que Coni interviene diciendo:

-En partes simétricas.

A lo que Sergio dice:

-Puede ser la mitad sin ser simétrico.

Ahí nos quedamos todos pensando. Y abro la pregunta para ustedes:

¿Se puede cortar algo por la mitad y que las dos mitades no sean simétricas?

¿Se puede cortar algo por la mitad y que las dos partes no sean iguales?

Larga discusión sobre la mesa. Que sí, que no, que cómo puede ser. (Piensen en cuando un chico parte un chocolate por la mitad y se queda con la más grande... ¿es esa la mitad realmente? ¿es eso partir por la mitad?). Al final, nosotros llegamos a nuestras conclusiones, pero se las revelaré en el próximo post. Me gustaría escuchar primero algunas de sus respuestas.

Ah: la milanesa, ajena a nuestras elucubraciones sobre su formato, diseño y división, se dejó cortar nomás. Y estaba buenísima.


01 noviembre 2007

La cuasi-torta de Chocolinas

Lugar: Melbourne. Ocasión: Cumple de Coni. Diálogo:

-¿Qué torta querés para tu cumple, Coni?

-Torta de Chocolinas

-No, en serio te pregunto, dale, ¿qué torta querés?

-Y yo en serio te digo: torta de chocolinas.

-Pero la torta de chocolinas se hace con Mendicrim.

-¿Y?

-Acá no hay Mendicrim.

-Hacélo con otro queso.

-Bueh, sí, puede ser. Puedo probar con Sour Cream, no es lo mismo pero puedo probar.

-Bueno, ¿entonces me hacés la torta de chocolinas?

-Es que la torta de chocolinas se hace con dulce de leche

-¿Y?

-Acá no consigo... bah, puedo comprar leche condensada y hervirla la lata por una hora cuarenta y cinco y hago lo más parecido a dulce de leche que pueda.

-Genial, ¡ves! Entonces hacéme la torta de chocolinas para el cumple.

-Pero la torta de chocolinas se hace con Chocolinas. Acá no hay.

-Y bueno, mamá, hacélas con otra cosa, debe haber, ¿no?

-Y la verdad es que como las chocolinas no hay (en serio, todas las galletitas son rellenas, y las que son simples, no son de chocolate sino de vainilla o de coco, tipo las Lincoln). ...Bah -le digo - están esas galletitas casher, que son cuadradas y marroncitas, creo que ni siquiera son de chocolate sino símil chocolate, creo que en realidad son de algarroba, es que no las hacen de chocolate para que sean "parve"... puedo usar esas

-¿Viste? te dije.


Así que así fue, Coni tuvo su cuasi-torta de chocolinas que no tenía ni Mendicrim ni dulce de leche ni Chocolinas (sino un queso mucho más acuoso, una leche condensada hervida mucho tiempo, y unas galletitas de símil-chocolate) y que por lo tanto no quedó muy armadita sino medio descuajeringada, pero a la hora de hincarle el diente les puedo asegurar que no quedó ni un pedacito. Y bueno, ya lo dice el refrán:

"El hambre endulza las habas"