Me estoy repreguntando si mi lengua madre es realmente un lazo que me une a mis "co-parlantes" (qué buena palabra, no?) tan poderosamente como yo pensaba. Será que ya han pasado cautro años y medio de nuestra llegada a Australia, o será que la elevé a categoría de "religión" cuando es en realidad sólo un instrumento de comunicación - lo cierto es que una vivencia que tuve el otro día en un shopping me hizo cuestionarme eso del castellano y los hispanoparlantes y la unión verdadera:
Estaba con Constanza, Jeremías y Henry en el Target del Malvern Central (un shopping chico) cuando de repente pasa una pareja hablando del precio de las sábanas en castellano. Yo, a su vez, hablaba con los chicos del precio de los Nintendo DS lite. En castellano. Cual perros, a ambas partes se nos pararon las orejas al escuchar las palabras tan familiares, la cadencia, el acento de la lengua madre en común. Al cruzarnos cara a cara, y tras un brevísimo intercambio de miradas de "compinchismo", nos dijimos hola, hola, en perfecto español y el hombre fue más allá y dijo feliz año y yo gracias y ahí nos quedamos varados, sin avanzar. En vez de seguir cada uno por su lado la lengua madre nos hermanó por unos minutos, y nos enfrascó en una charla amena... amena por unos minutos, porque luego del intercambio de rigor (de dónde exactamente son, cuánto hace que están, les gusta, extrañan) y cuando yo sentía que se había agotado mi interés ellos no movían las piernitas del lugar, y continuaban la charla como si fuéramos grandes amigos reencontrándonos después de muchos años. A toda costa el señor -con la mejor intención, reconozco- me quería contar en dónde podía conseguir chinchulines, morcilla, chorizo colorado y matambre. Dedicó unos diez o doce minutos a contarme todos los prodcutos argentinos que acá logra adquirir, con especial insistencia en los embutidos. Se esforzaba en explicarme cómo llegar a una carnicería que está como a cincuenta minutos de mi casa. Dijo que espere, que iba al auto (tres pisos más abajo) porque tenía una tarjeta de la carnicería con la dirección y me la quería dar. Mientras yo, que fui vegetariana un par de años, tengo un interés nulo en los embutidos, y por sobre todo jamás viajaría cincuenta minutos para comprar básicos diarios, trataba deseperadamente de terminar amablemente la conversación, me preguntaba a su vez cómo cuernos fue que terminé dedicándole casi veinte minutos de mi tiempo a dos perfectos desconocidos que nunca más volveré a ver. Fue como si el hecho de hablar la misma lengua nos haya obligado a decirnos cosas. Me hizo plantearme la pregunta de con quién tengo más en común: ¿con un argentino de Misiones, por el hecho de que los dos hablamos castellano, o, por ejemplo, con un judío de Nueva York? ¿Con alguien de profesión actor, o pianista, o cartógrafo, de Capital Federal o con un escritor de Australia, o una maestra de hebreo de Canadá?
Me quedé esperando al argentino y su tarjeta de la carnicería por pura cortesía. Jamás me la trajo. ¡¡AY, mi lengua madre!!
Estaba con Constanza, Jeremías y Henry en el Target del Malvern Central (un shopping chico) cuando de repente pasa una pareja hablando del precio de las sábanas en castellano. Yo, a su vez, hablaba con los chicos del precio de los Nintendo DS lite. En castellano. Cual perros, a ambas partes se nos pararon las orejas al escuchar las palabras tan familiares, la cadencia, el acento de la lengua madre en común. Al cruzarnos cara a cara, y tras un brevísimo intercambio de miradas de "compinchismo", nos dijimos hola, hola, en perfecto español y el hombre fue más allá y dijo feliz año y yo gracias y ahí nos quedamos varados, sin avanzar. En vez de seguir cada uno por su lado la lengua madre nos hermanó por unos minutos, y nos enfrascó en una charla amena... amena por unos minutos, porque luego del intercambio de rigor (de dónde exactamente son, cuánto hace que están, les gusta, extrañan) y cuando yo sentía que se había agotado mi interés ellos no movían las piernitas del lugar, y continuaban la charla como si fuéramos grandes amigos reencontrándonos después de muchos años. A toda costa el señor -con la mejor intención, reconozco- me quería contar en dónde podía conseguir chinchulines, morcilla, chorizo colorado y matambre. Dedicó unos diez o doce minutos a contarme todos los prodcutos argentinos que acá logra adquirir, con especial insistencia en los embutidos. Se esforzaba en explicarme cómo llegar a una carnicería que está como a cincuenta minutos de mi casa. Dijo que espere, que iba al auto (tres pisos más abajo) porque tenía una tarjeta de la carnicería con la dirección y me la quería dar. Mientras yo, que fui vegetariana un par de años, tengo un interés nulo en los embutidos, y por sobre todo jamás viajaría cincuenta minutos para comprar básicos diarios, trataba deseperadamente de terminar amablemente la conversación, me preguntaba a su vez cómo cuernos fue que terminé dedicándole casi veinte minutos de mi tiempo a dos perfectos desconocidos que nunca más volveré a ver. Fue como si el hecho de hablar la misma lengua nos haya obligado a decirnos cosas. Me hizo plantearme la pregunta de con quién tengo más en común: ¿con un argentino de Misiones, por el hecho de que los dos hablamos castellano, o, por ejemplo, con un judío de Nueva York? ¿Con alguien de profesión actor, o pianista, o cartógrafo, de Capital Federal o con un escritor de Australia, o una maestra de hebreo de Canadá?
Me quedé esperando al argentino y su tarjeta de la carnicería por pura cortesía. Jamás me la trajo. ¡¡AY, mi lengua madre!!
Creo que cada uno de nosotros tenemos en común muchas cosas, con muchas personas de cualquier parte de mundo; y al mismo tiempo, no tenemos casi en nada en común con cualquier persona en cualquier parte, incluyendo nuestro propio vecindario.
ResponderEliminarEncantara familia, encantador blog y encantadora tu prosa. Se te lee con placer.
He leído varios post. Pero como son las 7 y 20, debo abandonar. Volveré, claro.
Estás en mi blogroll, como link permanente. Es una decisión unilateral, que no obliga a hacer lo propio.
"¿Qué parte del mar es la rodilla?"
¡Ja! ¡Muy bueno!
Saludos desde Villa del Parque, Baires,
Alfredo.
Fe de erratas: donde dice "Encatara familia" léase "Encantadora familia".
ResponderEliminar¡Ayss!
Chau!
Gracias Alfredo por visitar y taaaan cierto tu comentario. Mirá vos qué coincidencia: vos de Villa del Parque y yo me crié en Devoto :). Un saludo desde Melbourne y -no porque nobleza obliga sino porque me gustan- van tus blogs a mi lista también.
ResponderEliminarHola!
ResponderEliminarPor casualidad no recuerdas que carnicería te dijo tu amigo de 20 minutos? Es que vienen unos amigos argentinos a casa unos día y me gustaría hacerles un plato a base de tripa de ganado.
Muchas gracias!!
Xevimelly@hotmail.com