14 agosto 2023

Primer Premio Academia Nacional de Periodismo de Argentina a Daniela Roitstein, por su ensayo "Paradojas del Periodismo frente el tercer milenio".

Año 1998, recién llegada a Buenos Aires después de cursar el M.A. en Comunicación y Periodismo en la Universidad Hebrea de Jerusalem. Sale un aviso en el diario: "Premio Anual 1998, concurso sobre el tema el periodismo y los cambios tecnológicos, desafío ante el nuevo siglo". Yo tenía una beba de tres meses y vivía en un monoambiente mientras buscábamos casa: nada que me impidiera lanzarme a participar, ¿verdad? Con Coni a upa, amamantando y con una conexión a Internet que andaba cuando quería, escribí este ensayo. Y obtuve el Primer lugar. Mi sorpresa y alegrías fueron mayúsculas. Tenía 29 años. 



El Periodismo y los cambios tecnológicos: Desafío ante el nuevo siglo, fue la pauta para el Premio Anual 1998, organizado por la Academia Nacional de Periodismo.

El jurado integrado por Antonio Requeni, Enrique Sdrech, juntamente con los académicos de número Bernardo Ezequiel Koremblit, Cora Cané y Francisco A. Rizzuto, distinguió con el Primer Premio a Daniela Roitstein, cuyo trabajo transcribimos.


Tras la Guerra del Golfo, se dijo, no ganó irán, ni Estados Unidos, ni Kuwait. Hubo un solo victorioso, y no fue una gran potencia ni ninguno de los países mencionados : "ganó la CNN", se escuchaba decir entonces. La gran cadena estadounidense de televisión se llevó todas las palmas. El acontecimiento en sí -la guerra- cedió su escenario real a otro virtual. Los misiles que en la realidad destruían viviendas, sembraban profundísimos cráteres y mataban gente, se transformaron por obra y magia de la televisión en un espectáculo casi artístico de luces y sonidos, donde la guerra no era la guerra, los muertos no eran los muertos, el pánico no era sino la misma sensación de horror que se siente mientras se mira una película de terror y se sabe que uno está bien protegido y a salvo entre las cuatro paredes de su propia casa, porque el espanto no va a salir de la pantalla. La Guerra del Golfo permitió a la cadena norteamericana CNN desplegar todo su arsenal tecnológico, y facilitó a los ciudadanos del mundo vivir un acontecimiento histórico, que -aunque nefasto- marcó un nuevo rumbo en las coberturas mediáticas de los conflictos bélicos.


Otro acontecimiento, más cercano en el tiempo y más placentero para el alma, en el cual los medios masivos de comunicación se llevaron todas las palmas, fue el Mundial de Fútbol 1998 llevado a cabo en Francia. El mundo entero pudo festejar los goles casi en el mismísimo instante en el que eran convertidos, con la diferencia imperceptible de los trescientos mil kilómetros por segundo que tarda la luz en viajar. Nunca antes las tomas tan cercanas -íntimas- de la cámara, llevaron con tanto realismo a los hogares de millones de televidentes, el gesto casi imperceptible de un jugador segundos después de errar un penal: su rostro compungido, o su mirada frustrada; las arrugas de su frente o la comisura fruncida de sus labios. La gota gorda de sudor en el preciso instante en que se derrama por su ceja izquierda. Desde este lado de la pantalla se pudo ver, antes que los propios compañeros de la selección lo hicieran, cómo Zidane festejaba los goles -mirándonos a los ojos- que llevaron a su país a dar la vuelta olímpica y consagrarse campeón. Solo la televisión permitió distinguir la diminuta bandera amarilla y verde pintada en las mejillas de la rubia novia del brasileño Ronaldo que festejaba entusiasmada los goles de su prometido. Y probablemente ni hasta los mejor ubicados en las plateas lograron percibir la presencia del cantante Mick Jagger desdibujado entre la muchedumbre, ni detectar el brillo en los ojos y la muestra de patriotismo del presidente francés enfundado en una no menos patriota bufanda azul, blanca y roja. La televisión pareció burlarse de todos aquellos que viajaron miles de kilómetros hasta el país galo y pagaron altas sumas de dinero con la -¿ilusa? intención de "ver de cerca", mostrando casi impúdicamente todo a todos.


La Aldea Global


Este fenómeno de fin de milenio al que podemos llamar de accesibilidad ya que permite el acceso a mavor información y a mayor número de personas- no es por supuesto nuevo, pero sí lo es el nivel de intimidad que revela, la sensación de cercanía que genera, la manera que tiene de transmitirnos a todos la sensación de que el mundo es pequeño, vasto pero pequeño. McLuhan, maestro entre otras cosas en el arte de acuñar términos, creó el conocido concepto de "Aldea Global", para referirse a este efecto de los medios de comunicación de transformar al enorme universo en una pequeña aldea, donde la información -que es tanta y parece inmanejable se convierte en herramienta de unión, y donde todos los habitantes del planeta se mantienen entrelazados por obra del brazo largo de la comunicación mediática. Este pensador canadiense no dudó un momento en que la revolución en este campo está dada por el medio en sí, más allá del contenido que ese medio de comunicación contenga. Cada medio lleva consigo el germen del cambio que va a generar. La sola presencia del aparato de televisión en un hogar provoca cambios actitudinales en el seno de una familia, que poco tiene que ver con la programación existente y con el contenido de los mismos: muchas familias cenan alrededor del televisor encendido, hecho éste que les brinda temas de conversación a diario, sea cual fuere el canal sintonizado y el programa emitido. "El medio es el mensaje", sentenció McLuhan. El diario, la radio, la televisión, el teléfono, la computadora, cada uno de estos fenómenos tiene la capacidad de generar cambios independientemente del contenido con que se los "Ilene". Aceptemos por un momento la tesis de este canadiense, y convengamos entonces que el gran último medio de comunicación que lleva en su germen la semilla del cambio es sin lugar a dudas la computadora. Ella llegó para quedarse. La generación que nació con la televisión todavía le tiene cierto temor reverencial; la generación intermedia la ve como una herramienta de trabajo a la que hay que vencer para no quedar fuera del mercado laboral; pero la generación nueva ya la considera un artefacto doméstico, tan imprescindible como la radio, la televisión, el teléfono.


La red Internet está en continuo crecimiento, ganando adeptos y usuarios en forma notoria. Según una encuesta de la Secretaría de Comunicaciones de la Presidencia de la Nación de julio último, en la Argentina la red tenía 80.000 usuarios en julio de 1997. Luego de un año se elevó el número a 220.000. Si se suman quienes se conectan ocasionalmente a la red, resulta un total de 360.000. El crecimiento suena interesante, pero recordemos: el país tiene alrededor de treinta y cinco millones de habitantes. Una gran porción está cayéndose de la Aldea.


La misma encuesta revela que la franja mayor de usuarios es la conformada por los jóvenes de entre veintiuno y veinticinco años. La misma da cuenta del abismo, -ya no generacional sino de género, entre la cantidad de usuarios femeninos y masculinos: los hombres se llevan el 86.31% de la torta estadística, mientras que las usuarias solo conforman el 13.69% restante. Los números suelen reflejar la realidad con mayor o menor margen de error, y suelen darnos una idea global de las situaciones analizadas, pero nada mejor que un buen chiste para captar los fenómenos en toda su magnitud: un padre en sus cincuenta le dice a su hijo:


"Llegó carta del tío Mel. Dice que tiene una nueva computadora y quiere que le escribamos un e-mail". "Genial", dice el hijo, indiferente, dirigiéndose hacia la computadora de la casa, ubicada - por supuesto- en el cuarto de los chicos.


"A propósito...¿cómo funciona eso?", pregunta el padre mirando a su pequeño hijo con un dejo de timidez. "Ah, fácil. Hacés boot-up, después te conectás con el modem. Después apretás acá para contactar al server...después apretás acá, encendés esto, tipeás la dirección de e-mail….Melvin@sarasota.gottaboata.dot.com...y después apretás acá y escribís tu mensaje...ves?


Fácil, te dije". El padre mira a su hijo, respira hondo y pregunta en un tono casi imperceptible:


"Decime...una preguntita nada más: ¿sigue costando cincuenta centavos la estampilla en el correo?...


Probablemente muchas personas se reconozcan en este gracioso relato y se dibuje una sonrisa en sus labios. Pero más allá del humor, la diferencia más seria frente a esta informatización de la vida no es la generacional sino la económico-social. Los usuarios son en su gran mayoría en la Argentina de alto nivel educativo, y de por lo menos cómoda situación económica. Trescientos sesenta mil es apenas alrededor del uno por ciento de la población total. Falta aún dar el gran salto, aquel que ya dio la televisión que también en sus comienzos era considerada como un lujo para unos pocos. Bordieu desliza en uno de sus escritos su convicción acerca del papel de la escuela en la nivelación frente a las desigualdades culturales: lo que Natura no da, lo da la escuela. Su rol sería el de compensar al más carente. Las escuelas promocionan casi todas su oferta de "Inglés y Computación". Lamentablemente en el mundo de hoy es como publicar "se enseña a leer y a escribir" -es decir: lo básico que un colegio tiene que brindar-. Sin embargo, hay una realidad que solo ojos cegados podrían no percibir, y es aquélla del abismo existente entre diferentes sectores poblacionales, algunos de los cuales solo pueden acceder a las nuevas tecnologías una vez o dos veces por semana, y si tienen entre seis y doce años. Es en ese sentido que todavía resulta atractiva y hasta válida la oferta como la nombrada. Y entonces la escuela se convierte para muchos en el único contacto con lo nuevo, lo todavía lujoso, las nuevas tecnologías.


El filósofo Innis -canadiense también él- planteó una división teórica entre los medios masivos de comunicación, de acuerdo al tipo de conquista que representarán para el hombre, y se refirió preferentemente a la comunicación escrita. Así, la escritura sobre piedra representó para la humanidad la conquista del tiempo, ya que lo tallado no desaparece con el correr de los años. Sin embargo, dicho tipo de escritura presenta un escollo difícil de sortear : es costoso su traslado a través del espacio. El papiro, de aparición posterior, vino a salvar esta dificultad y resultó para el hombre en un conquista del espacio.


El valor de la imprenta


La imprenta significó la dominación del espacio y del tiempo a la vez, por la rapidez con que permitía registrar las ideas por escrito, y por el menor espacio que ocupaban las páginas impresas. Esto a su vez trajo consigo consecuencias históricas de gran importancia : las ideas religiosas, por ejemplo, pudieron difundirse con mucha mayor rapidez y a recónditos lugares que nunca antes habían logrado acceder. La imprenta permitió la propagación de otras nuevas religiones gracias a la facilidad con que se podían transmitir los libros sagrados a diversas partes del mundo y en distintos idiomas. A su vez resultó en una democratización de la cultura : las obras de arte tanto literarias como pictóricas llegaban a más hogares, a lugares más lejanos, a gente menos "selecta". Hoy podríamos aplicar la terminología de Innis a los modernos medios de comunicación.


Imagine el lector el cuerpo humano : solo tenemos dos ojos, dos brazos, dos piernas. La computación, sin embargo, nos ayuda a conquistar el espacio: nos da mil ojos, mil brazos, mil piernas. Y además nos ayuda a multiplicar infinitamente nuestro tiempo : lo que nos llevaría horas o días enteros si nos valiéramos de nuestro limitado cuerpo humano, nos lleva décimas de segundos o unos contados minutos. Nuestros oídos nunca volverán a ser solo dos.


Lo público y lo privado


Esta transformación de nuestra arquitectura humana que convierte casi en realidad la capacidad auditiva de La Mujer Biónica o las piernas extensibles de la caricatura del Inspector Gadget- trae aparejada otro gran cambio, consecuencia de la intrincada trama de redes comunicacionales que cubre el planeta. Se trata de dos planos que hasta ahora habían permanecido perfectamente diferenciados, y que hoy se confunden y se entremezclan uno con el otro con despojo: el plano de lo público y el de lo privado.


Los medios revolucionaron por sobre todas las cosas la noción de intimidad. Lo privado y lo público han cedido terreno el uno a favor del otro. Ser famoso siempre implicó ser público, pero nunca como en esta era la lente de una cámara había llegado tan lejos (o tan cerca). Con solo apretar un par de teclas podemos enterarnos de los gustos sexuales del presidente de la primera potencia mundial. Y además opinar. Con un básico equipo de computación podemos acceder a los secretos más privados de actores, políticos, cantantes, diplomáticos, artistas. Sin embargo, este destape de lo privado no incumbe solamente a los famosos. La otra cara de la moneda está simbolizada por esta noticia curiosa que publicó un diario estadounidense hace unos meses: una joven decidió colocar una cámara de video en su habitación, conectarla a la red Internet, dejarla encendida las veinticuatro horas del día de todos los días, y no apagarla bajo ninguna circunstancia. De modo tal que cualquier Internauta que diera en llegar a la página web de esta audaz señorita podría captar las escenas más íntimas que jamás imaginó. Muchos de sus compañeros, cuenta el artículo, se han negado a entrar al cuarto de la joven al enterarse de la presencia de "la intrusa". Pero muchos otros han decidido, no solo ingresar, sino hacer todo lo que hubieran hecho si la cámara no estuviera. La conclusión: los medios de comunicación han convertido a todos en protagonistas. Si antes la fórmula y la magia de la televisión consistían en que unos pocos eran vistos por muchos, hoy son muchos los que son vistos por otros muchos. Lo que sobreviene es inevitable: ¿hasta qué punto es deseable tanta publicidad de lo privado? Podríamos enumerar miles de razones que aplaudan esta inversión de los planos, pero podríamos enumerar otras tantas que pongan en duda esta nueva costumbre de mostrarse. La frase "no invadir la intimidad del otro" es conocida, está trillada y ya no le hace cosquillas a nadie. Tal vez por eso mismo deberíamos rescatarla y devolverle el significado que tenía antes de haberse convertido en una frase hecha. El ex Primer Ministro de Israel y Premio Nobel de la Paz, Shimon Peres, dijo una frase que resume en forma genial la paradoja de esta era: "En muchos sentidos, los medios hoy hacen imposibles a las dictaduras. Pero también hacen intolerable la democracia". Y es cierto: por un lado la globalización obliga a la democratización, ya que en un mundo donde todo es visible, la mancha ya no puede ocultarse. Pero por el otro, la explosión de información nos hace insufrible a veces la convivencia.


Thompson acuñó el concepto de visibilidad, donde la era de las comunicaciones hacen que todo y todos seamos visibles todo el tiempo. Sería como la bendición de tener ojos con el castigo de no tener párpados.


Infancia y adultez


Otra paradoja de las nuevas tecnologías es que si bien revolucionaron el mundo haciendo del futuro algo nuevo hasta la incredulidad, a su vez son ellas mismas las que nos llevan a una vuelta al pasado en algunos aspectos: la infancia está perdiendo algo de sí misma. Hubo una época en que no existía la literatura infantil. Todo era para todos. Los niños leían o escuchaban los mismos cuentos que sus padres, vivían sus mismas aventuras, sus mismos tabúes.


Muchísimos años atrás la infancia y la adultez se nutrían de la misma cultura literaria. Con el tiempo surgieron las divisiones, las clasificaciones y especializaciones, y con ello lo prohibido para menores, lo prohibido para menores de dieciocho años, lo no apto para todo público. Hoy, por obra y arte de la botonería computarizada, la televisión por cable, y la antena satelital, estamos volviendo a aquel pasado sin barreras. Los niños tienen mucho al alcance de sus manos, de sus ojos, y de sus mentes. La infancia está dejando de ser lo que era. Y la adultez se toma atributos de chicos. Vaya la siguiente anécdota -real- para ilustrar lo dicho. En una reunión de psicólogos, una mañana como cualquier otra, comienza a escucharse un sonido, como el de un teléfono celular. Algunos se mueven inquietos. Una psicóloga se levanta, pide disculpas y explica: "es que me tuve que traer la mascota de mi hija. Si no le doy de comer cuando ella está en la escuela, se muere". La mascota, por supuesto. No tuvo que decir nada más.


Los eruditos profesionales comenzaron a confesarse, y varios de ellos admitieron cuidar de las mascotas de sus hijos mientras los pequeños están en sus actividades escolares. La anécdota no sería tal si se tratara de tortugas, patos, perros o canarios. La novedad es que la mascota de este hijo de fin de siglo era una mascota virtual: una pequeñísima computadora que requiere que la alimenten, le canten, la paseen, la vacunen, etcétera. Todo virtualmente. Y si no se lo hace, sencillamente muere, ya que un pequeño dispositivo en su interior programa la desaparición automática de la mascota, con ceremonia fúnebre incluida, si su dueño no la cuida como corresponde. Mientras el padre cuida a la mascota, el hijo con su computadora descifra las claves secretas para violar los archivos informáticos de algún importante organismo interna cional. O desarrolla un programa que pocos adultos podrían lograr. O simplemente se comunica vía módem con algún otro niño, en otra parte del planeta, cuyo padre le está cuidando a su mascota virtual.


Retorno tribal


Hay un segundo aspecto en el que las tecnologías nos devuelven al pasado. McLuhan lo llamó el regreso a la tribu. Si bien los medios de comunicación por un lado globalizan al mundo, por otra parte generan un regreso a los núcleos más íntimos y pequeños. El Mundial de fútbol es nuevamente un buen ejemplo : por un lado fue escenario de una gran globalización.


Pero por el otro ha despertado los nacionalismos dormidos de muchos países, haciendo resurgir en las conciencias de la gente que además de habitantes del gran mundo son ciudadanos de sus propios país-es. Vaya el caso de -nuevamente- Zidane, que revalorizó con su actuación deportiva el orgullo aplastado de muchos argelinos. La televisión por cable es otro factor que alienta el regreso a la tribu. La selección cada vez más fina de programas y canales genera grupos dentro de grupos, lo que resulta en uno de los mayores cambios sociológicos que traen las nuevas tecnologías: la pérdida de la simultaneidad. Ya no es tan probable que al día siguiente en la oficina todos comenten la película del día anterior. O que discutan acerca del documental de ese canal. Porque películas hay muchas, cientos, y documentales hay muchos, decenas. La sensación de haber compartido con la mitad del país el noticiero la noche anterior se ha perdido. La sensación de viajar en colectivo y percibir, sin palabras, que el compañero de asiento vió probablemente el mismo programa que uno la noche anterior -porque "cómo se va a perder el último capítulo de Raíces?"- ya no existe. La simultaneidad se ha perdido, sin dudas, pero también sin ningún lugar a dudas se ha ganado en variedad, en libertad de elección, en rapidez, en cantidad. Las revistas especializadas son cada vez más, y nadie hubiese imaginado hace unos años la existencia de un canal de televisión dedicado las veinticuatro horas del día a la promoción de productos para la venta.


Con lo cual nuevamente el progreso nos presenta una paradoja: por un lado nos une como en una Aldea, por el otro nos sectoriza y nos hace correr el peligro de perder la visión de conjunto. Uno puede estar muy solo en un mundo de cinco mil millones de habitantes.


El verdadero desafío del siglo que viene, cuando los autos se conduzcan solos, cuando la comida venga en tabletas y haya una comunidad viviendo en Marte, será el combate contra la soledad. Creeremos que una persona está presente, pero solo estaremos viendo su holograma. Pensaremos que estamos rodeados de amigos, pero serán solo compañeros virtuales.


Sentiremos que el mundo es pequeño, pero será cada vez más vasto. En unos años más, cuando la luna de miel sea realmente en la Luna, cuando el teléfono celular sea tan minúsculo que casi estará incorporado a la oreja, cuando la computadora sea un par de anteojos portátiles, el desafío seguirá siendo mantener los lazos humanos. Porque el hombre puede aumentar su expectativa de vida gracias a los avances de las nuevas tecnologías (se calcula que el hombre podrá vivir 120, 150 años) , pero un bebé no puede sobrevivir sin contacto físico humano. El progreso es hermoso; ojalá pueda convivir con los pequeños "viejos" tesoros cotidianos: no hay nada igualable al olor a nuevo de un diario todavía sin abrir.









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