Ganó Cristina.
De hecho, me había olvidado completamente de que las elecciones eran este domingo en Argentina hasta que llamé a mis viejos y mi papá me preguntó, bromeando, por quién voté. Uy, cierto, hoy son las elecciones ahí, le digo. Sí, nosotros vamos más tarde, me dice, con mamá siempre vamos alrededor de las dos. Cada uno tiene sus métodos, se sabe: están los mañaneros que no temen “quedar enganchados” como presidentes de mesa; están los que van minutitos antes de las seis para no hacer cola. Y están los que no van, claro. Tengo entendido que el índice de votación no fue mucho mayor al 70%.
Después de hablar con mis viejos me fui a dormir (eran para mí ya las dos de la mañana), aprovechando que ahí regía la veda y no había mucho para ver más que espiar cómo vota Lopez Murphy o qué se puso la Carrio. Hoy, cuando mi cerebro me recordó más la linda charla con mis padres que las elecciones en sí, me metí en Internet (de tan buena la calidad es como estar viendo la tele desde el living de mi ex casa de Mansilla y Bulnes) y “puse” TN. Y ahí la vi. Es decir, la vieron mis ojos pero la imagen de ella que yo tenía en mi cabeza difería tanto de la que ahora se atribuía la victoria que por unas décimas de segundo dude. Esa boca de labios llenos, medio mulatones, esos pómulos firmes, como separados del resto de la cara por lo inmóviles, esa piel tan artificialmente tirante, como una máscara. Mis ojos recorrían las partes que conformaban ese rostro sin que mis oídos lograran prestar atención a las palabras, ya que lo caricaturesco de la cara se llevaba toda mi atención. Cristina está tan operada que al principio creí que la tan mencionada buena calidad de la banda ancha estaba distorsionada. Pero no, la única que estaba distorsionada era mi visión de lo que es bello. Es que otro de los ámbitos en que vivir en otro idioma manifiesta sus fracturas es en el mundo de la estética, y, en este caso, la estética femenina. Acá en Melbourne lo natural es la regla. Hay poquísimas mujeres operadas de “las lolas”. Cuando ves una te llama muchísimo la atención. Hay, sí, personas con cirugías estéticas hechas, pero con buen gusto. Allá la regla es verse hermosa, joven. ¡Y lo celebro! Amo la belleza y, en una especie de deformación profesional heredada (padre cirujano plástico), no puedo dejar de mirar una cara y pensar “qué bien le quedaría a esa mujer una buena operación de nariz”. O “esa mina con un toquecito en los párpados cambiaría completamente, le abriría la mirada”. Un toquecito, dije. Pero, Cristina (si me estás escuchando)…. ¡¡vos más que un toquecito tiraste la casa abajo y te hiciste la fachada completa!!. Eso, en los parámetros de acá, no es belleza. Es grotesco. Tengo en mi heladera un único imán, resabio de una campaña de supermercados Disco para el Día de la Mujer hace unos años que reza: Las argentinas son las más lindas del mundo. Me lo leo todas las noches. A veces hasta me lo creo. Hoy, claro está, me lo voy a tener que leer cien veces hasta convencerme! Viendo a Cristina, y parafraseando a Alfonsín sólo me queda decir “Un (buen) cirujano por allí!”.
(Invito a quien quiera tomar la palabra a expresarse. Más allá de la recientemente electa Presidente, el tema de los parámetros de belleza en las distintas culturas y ni que hablar a través de los tiempos -miremos los cuadros del Renacimiento o, sin ir taaaaaaan lejos, nuestras propias fotos de cuando éramos chiquitas: quién no recriminó a su madre por vestirlo de tal manera o hacerle llevar así el pelo- es otra manera en que se expresa el conflicto de vivir en otro idioma. ¿O acaso hay un concepto universal de belleza? No lo sé…).
De hecho, me había olvidado completamente de que las elecciones eran este domingo en Argentina hasta que llamé a mis viejos y mi papá me preguntó, bromeando, por quién voté. Uy, cierto, hoy son las elecciones ahí, le digo. Sí, nosotros vamos más tarde, me dice, con mamá siempre vamos alrededor de las dos. Cada uno tiene sus métodos, se sabe: están los mañaneros que no temen “quedar enganchados” como presidentes de mesa; están los que van minutitos antes de las seis para no hacer cola. Y están los que no van, claro. Tengo entendido que el índice de votación no fue mucho mayor al 70%.
Después de hablar con mis viejos me fui a dormir (eran para mí ya las dos de la mañana), aprovechando que ahí regía la veda y no había mucho para ver más que espiar cómo vota Lopez Murphy o qué se puso la Carrio. Hoy, cuando mi cerebro me recordó más la linda charla con mis padres que las elecciones en sí, me metí en Internet (de tan buena la calidad es como estar viendo la tele desde el living de mi ex casa de Mansilla y Bulnes) y “puse” TN. Y ahí la vi. Es decir, la vieron mis ojos pero la imagen de ella que yo tenía en mi cabeza difería tanto de la que ahora se atribuía la victoria que por unas décimas de segundo dude. Esa boca de labios llenos, medio mulatones, esos pómulos firmes, como separados del resto de la cara por lo inmóviles, esa piel tan artificialmente tirante, como una máscara. Mis ojos recorrían las partes que conformaban ese rostro sin que mis oídos lograran prestar atención a las palabras, ya que lo caricaturesco de la cara se llevaba toda mi atención. Cristina está tan operada que al principio creí que la tan mencionada buena calidad de la banda ancha estaba distorsionada. Pero no, la única que estaba distorsionada era mi visión de lo que es bello. Es que otro de los ámbitos en que vivir en otro idioma manifiesta sus fracturas es en el mundo de la estética, y, en este caso, la estética femenina. Acá en Melbourne lo natural es la regla. Hay poquísimas mujeres operadas de “las lolas”. Cuando ves una te llama muchísimo la atención. Hay, sí, personas con cirugías estéticas hechas, pero con buen gusto. Allá la regla es verse hermosa, joven. ¡Y lo celebro! Amo la belleza y, en una especie de deformación profesional heredada (padre cirujano plástico), no puedo dejar de mirar una cara y pensar “qué bien le quedaría a esa mujer una buena operación de nariz”. O “esa mina con un toquecito en los párpados cambiaría completamente, le abriría la mirada”. Un toquecito, dije. Pero, Cristina (si me estás escuchando)…. ¡¡vos más que un toquecito tiraste la casa abajo y te hiciste la fachada completa!!. Eso, en los parámetros de acá, no es belleza. Es grotesco. Tengo en mi heladera un único imán, resabio de una campaña de supermercados Disco para el Día de la Mujer hace unos años que reza: Las argentinas son las más lindas del mundo. Me lo leo todas las noches. A veces hasta me lo creo. Hoy, claro está, me lo voy a tener que leer cien veces hasta convencerme! Viendo a Cristina, y parafraseando a Alfonsín sólo me queda decir “Un (buen) cirujano por allí!”.
(Invito a quien quiera tomar la palabra a expresarse. Más allá de la recientemente electa Presidente, el tema de los parámetros de belleza en las distintas culturas y ni que hablar a través de los tiempos -miremos los cuadros del Renacimiento o, sin ir taaaaaaan lejos, nuestras propias fotos de cuando éramos chiquitas: quién no recriminó a su madre por vestirlo de tal manera o hacerle llevar así el pelo- es otra manera en que se expresa el conflicto de vivir en otro idioma. ¿O acaso hay un concepto universal de belleza? No lo sé…).