Cuando nos fuimos a vivir a Australia era la tranquilidad de dejar atrás un lugar inseguro como Argentina. A los pocos meses de llegar a Melbourne un tsunami devastador arrasó con las costas de Indonesia provocando decenas de miles de muertos. A poco de irnos un incendio veloz e incontrolable devoró una zona muy cercana a nosotros, dejando un tendal de muertos. Cuando nos fuimos a Chile dejamos atrás incendios e inundaciones. A los siete meses nos sorprendió un terremoto de 8.9 en la escala Richter en Santiago. Mis hermanas me llamaron preocupadas. Yo, a su vez, preocupada por ellas, porque otra vez a una le robaron en el negocio en Buenos Aires (y van...). Mis amigos de Israel publican su preocupación por mi sismo de ayer en Facebook, mientras yo me desgarro por el asesinato salvaje de una familia en Itamar. Japón es una bomba a punto de estallar, mientras todos sabemos que los 17 (¡!) muertos anunciados inicialmente en las noticias subirán a decenas de miles, producto del terremoto y el tsunami, y otros miles se verán afectados mortalmente a corto, mediano y largo plazo por las radiaciones de la planta nuclear.
¿Y nuestro lugar en el mundo? ¿Cuál es?
Nací en Argentina, migré a cuatro países, parí en tres idiomas. Viví en inglés, rezo en hebreo, pienso en español. Amo mi lengua madre por lo que es: seductora, lujosa, rica e intelectual.Y por lo que puede ser: atorrante, mundana, chabacana, popular. Este blog nació cuando vivía en Australia mientras arrullaba a mi hijo en español y alrededor todo era inglés. Ahora vivo en México, extraño el inglés, canto en hebreo y quiero aprender chino mandarín. Sueño con vivir en New York. O en Tel Aviv.
17 marzo 2011
04 marzo 2011
¿Y a vos qué te alegra la mañana?
Ahora que empezaron las clases se me metió en la cabeza la siguiente idea: que no hay mejor manera de empezar el día que estar rodeado de niños. No se rían, lo digo por experiencia propia y con un dejo de nostalgia. Te levantás de mal humor (el otro día, por caso, a las seis de la mañana y con la boca rancia empecé mi día abriendo el grifo solo para comprobar que no había una mísera gota de agua en todo el edificio. Obviamente después de que me había ya puesto toda la pasta dentífrica. Detestable), te da fiaca saltar de la cama, no encontrás las medias, te olvidaste de preparar la cartulina para el colegio, tu nana no llegó, y es lunes, y tenés gente a comer, tu hijo se vuelca la leche -chocolatada- sobre el uniforme inmaculado, anuncian 32 grados y vos te habías preparado las botas nuevas para estrenar. Todo mal. Además, sos maestra y el sueldo es, todos lo sabemos, con suerte digno. Pero: sos maestra... Tu día empieza rodeada de al menos unos veinte niños. Y todos te miran -todos ellos que habrán tenido, o por lo menos muchos de ellos, un comienzo igual de rasposo que el tuyo- te miran y esperan. Sos la fuente. Y ellos, la energía. La química que se genera en esos primeros minutos de tu día de trabajo es un motor potente, lo sé porque fui docente y muchas mañanas ingratas se han trasnformado en un dulce, pícaro y genuino camino sinuoso que los adultos no sabemos ofrecer. A los maestros, ¡salud! A los niños, eternas gracias.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)