Éramos jóvenes, eran vacaciones y si bien eran las 10 de la mañana aun dormíamos, Sergio y yo. Éramos los dos Morim así que estábamos de vacaciones de invierno. Por qué atender el teléfono? Que suene, total, yo tenía 25 años y nada era urgente. Pero era mi mamá, desesperada cuando finalmente atendí después de insistentes ring ring. "Volaron la Amia y ustedes por qué no contestan el teléfono!!!" Sergio y yo, "re judíos", no hubiese sido raro que estuviésemos por ahí, por Amia, algún curso de capacitación, algo... Después del reto vino el aturdimiento. Sergio tenía por ese entonces un programa en Radio Jai así que allí partimos. Qué caos, reinaban. Los que trataban de ayudar aplastaban a los posibles sobrevivientes sin quererlo por pararse sobre los escombros. Lo que mas recuerdo es el pedido de los rescatistas -profesionales, improvisados, todos, cualquiera, no importaba- repito, el pedido de los rescatistas de hacer silencio, shh shhhhhj shh a ver si se oía alguna víctima aun viva bajo los escombros. Y los pedidos de los familiares en la tele "porque no bobe seguro está desorientada por la explosión"... No era la época del whatsapp... Y no, nadie volvía, el que no volvió estaba muerto, por más que los familiares se negaran, por semanas, a aceptarlo.
Hoy volvimos al acto de Amia con Sergio. Fuimos cada año de los que vivimos acá en Buenos aires y volvemos cada vez que coincidimos en las vacaciones de invierno. Hoy coincidimos. Pasaron 22 años. 22 años!!! Y nada. Ni un detenido. En ese sentido, somos un país de mierda. Como todos los años, se leen los nombres de las víctimas y sus edades. 18. 20. 5. 42. Dieciocho, pienso yo, la edad de Coni. Y de los 85 nombres conocí a varios, como a Yanina Averbuch que iba al Rambam, era del azul y yo era su capitana. O Graciela que jugaba al tenis con mi mamá. Y si hija. 18 años. La edad de mi hija. Alguien que fue a buscar trabajo, alguien que fue a hacer un trámite de sepelio, alguien que acompañó a su mamá al trabajo ese día porque claro, eran vacaciones de invierno.
22 años pasaron y la corrupción de todos los gobiernos de turno nos tiene hoy parados pidiendo justicia, y escuchamos los impecables discursos con un nudo en la garganta: El del vicepresidente de Amia, el del periodista que habló hoy y se me escapa el nombre, y el de la mamá de Sandra Guterman que se murió porque fue a buscar trabajo para completar el que ya tenía, pero que era solo medio día... Los discursos de la gente son contundentes, son profundos, sabios. Pero cada 18 de julio somos un país de mierda. Porque no sos creíbles, porque no podemos proveer justicia. Porque como dijo el periodista, "la justicia tiene la tarea de sacarte del aturdimiento". Y no hay. Y porque como dijo también el periodista de quien injustamente no me acuerdo el nombre, "la investigación del caso Amia está llena de canallas". Cuando a veces con Sergio fantaseamos con volver a Buenos Aires, a la familia, en algún futuro, nos ponemos a escarbar un poco y nos topamos con lo que no nos gusta. En Australia, los crímenes se resolvían con una rapidez inusitada. Dirán "pero esto es un atentado mayor". Igual vale. Otros atentados similares en el mundo son resueltos y gente paga por ellos. Qué indigna la Argentina. Cada 18 de julio, somos un país de mierda.
Pero hoy vi algo. Había jóvenes. De la edad de Coni, de Jere. En el acto. Y lloraban. Con sus Converse, sus Nike, sus piercing, sus pelos lacios. Y lloraban. Ellos, que nacieron después, tienen la capacidad de revivir lo que no vivieron. Y entonces eso me atornilló más la garganta pero me dio, a su vez, enorme enorme enorme esperanza.
Eso, y escuchar por la radio cuando iba en el taxi hacia el acto, que cuando decían todas las obras de teatro que se puede ir a ver en vacaciones, con los chicos, hay una que se llama "Un judío común y corriente". Así tal cual. Está Marama, está los mágicolores, el Circo, Peter Pan... Y la obra "Un judío común y corriente". Acá, en Buenos Aires, ser judío es cool. O por lo menos, es abierto, estamos en los medios, en el entretenimiento, en los stand Up, en la cultura, en la política. Hay una especie de sensación de que ser judío es cool. O por lo menos nos podemos reír de nosotros mismos. Y eso es lo más sano (porque como leí el otro día en un sobrecito de azúcar: "el humor es el escote del cerebro").
Entonces cada 18 de julio somos un país de mierda. Pero por todo lo que tiene Buenos Aires, por todo lo rico, lo desfachatado, lo cool, lo intelectual, lo desafiante, lo joven, el poder de la gente, por lo abierto y por lo que sea que es que permite que tengamos tanta vida judía en el espacio público, también somos un país espectacular. Y pucha que lo amo.