Le estuve dando muchas vueltas al asunto, ya que hace nueve años y medio que me fui de Argentina a otros lares. Australia, Chile. Antes había vivido en Israel. Y la gente siempre te pregunta, qué se siente, cómo lo hacés, qué significa ser inmigrante.
Y, finalmente, tengo la respuesta:
"Ser inmigrante implica que un paquete de Chocolinas tenga nombre y apellido"
Así de simple. Viene un familiar, o un amigo con mucho sentido común. ¿Y qué te trae? ¿Una réplica en miniatura del Obelisco? ¿Un libro de La Boca para poner sobre la mesa ratona? No. Si entiende, te trae Sugus, Tita, Rhodesia, Yapa, Bananita Dolca, Marroc, Cabsha, Biznike y Vauquita de dulce de leche (no light). Y, si es experto, Chocolinas. Pues bien, todo lo otro se devora rápidamente. Pero un paquete de Chocolinas lo saboreás a lo largo de los días. Tal vez una semana. O dos. Entonces ahí hay que marcar territorio: estas Chocolinas son mías, y guay del que las toque.
Así que eso es ser inmigrante: lo digo con conocimiento de causa ya que cierta vez un paquete de Mogul que me había traído mi hermana a Melbourne desapareció en boca de otro integrante de la familia. Casi me separo. ¡Nadie toca mis Mogul en tierra extraña!
Por lo tanto amigos, ya lo saben, no busquen en ensayos de sociología, acabo de darles la respuesta. Ser inmigrante se reduce a un post it con tu nombre en un paquete que, pensándolo bien, también podría ser de Merengadas.