22 marzo 2010

Terremoto en Chile: leones sueltos

De las consecuencias del terremoto nos imaginamos las obvias: daños estructurales, edificios maltrechos, roturas, escombros, caminos cerrados, vajilla hecha trizas, cables que nos dejan sin luz, sin comunicación. A mí, sin embargo, me llama lo distinto. Por ejemplo, el caso de los leones de Iloca. Simplemente en Iloca hay un circo -“Los Montini”-. Vino el terremoto, el miedo, la sinrazón. En medio del caos los leones se zafaron de sus jaulas. Ahí tienes: no solo quedó la desolación y la total destrucción, sino que además había que preocuparse de los leones sueltos, al acecho y en plena oscuridad.


De Iloca no quedó mucho, porque lo que no destruyó el terremoto se lo llevó el tsunami. El mar, cuando quiere ser maldito, no tiene límites. Se llevó a gente escapando en los autos, aun con las luces prendidas y en marcha, que no hicieron a tiempo. Se llevó casas enteras, familias, todo menos tú y yo. Y te dejo con esta frase que encontré en un foro de la web: “…para peor se puso a llover y mirar el mar lo más suave que se veía era vacas flotando…”


18 marzo 2010

Terremoto en Chile, my very first earthquake experience

Lo que me tiembla es la mente. El miedo. El departamento convertido en barco, en gelatina, en hamaca de hormigón. Nada puede volver a ser lo mismo después de las 3:34 am del 27 de febrero en que un terremoto me sacudió mis verdades. Saben qué? En el instante ese, curiosamente no tuve miedo de morir. Sentí un terror más profundo: quedar viva entre los escombros, sepultadísima y viva. En el instante ese junté a mis tres hijos y esperé. No había nada para hacer, solo esperar. Henry durmió durante todo el terremoto ("un terremoto no se despierta por otro", bromeamos). A Jeremías lo bajé de su cama marinera; él pensó que estaba en medio de una construcción o de un ataque. Coni fue la única que se despertó solita. Yo estaba navegando en Internet, insomne a la madrugada. El colchón se movía, yo iba a retar a Sergio que dejara de dar vueltas en la cama. De pronto una musiquita. Yo iba a retar a Coni por haber dejado la alarma del celular otra vez a cualquier hora. Pero las vueltas de la cama y la supuesta alarma de Coni resultaron ser el prólogo de un fenómeno que había visto sólo en las películas y en los noticieros. Ahora me tocaba a mí. A nosotros. Cuando todo terminó dije "intentemos bajar". Literalmente. (Tengo memoria fotográfica -¿audiográfica?- para todo lo hablado). Dije "intentemos", porque en mi mente el edificio entero con todas sus escaleras iba a estar en ruinas. Manoteé algo de calzado para todos, algún abrigo y al salir al pasillo estaba mi vecina, desolada y "pilucha" (un hermoso chilenismo). Volví al departamento para prestarle algo de ropa. ¿Pueden creer que inconscientemente me demoré frente al placard para elegirle ropa que combine? Sin palabras, I know, I know.
Y bajamos, yo tenía miedo.
La gran mayoría de los vecinos del edificio ya estaba abajo, en el jardín enorme. Me llamó poderosamente la atención que nadie se hablara entre sí. Las familias o grupos de amigos se amuchaban en círculos pegados y cerraditos, sin contacto con el otro -el otro, el que estaba a medio metro con la misma incetidumbre y el mismo terror-.
Yo sí hablé. Empecé a preguntar a mi alrededor qué harían, si pasarían la noche abajo, si era seguro sacar el auto de la cochera, si tenían señal, qué era lo mejor para hacer en estos casos. Y si necesitaban algo. Me encontré con bastante mutismo. Hemos perdido la capacidad de apoyarnos en sociedad...
Nosotros pasamos la noche en el coche. Una desazón, y después la nada. A la mañana subimos a nuestro piso 9. Parecía la imagen de un robo. Las pérdidas materiales fueron mínimas, sin embargo: la construcción antisísimica de Santiago me ha dejado con la boca abierta. ¡Me saco el sombrero, Chile!
Tengo más para contar y mucho por decir. Pero de a poco. Por ahora agradezco estar viva.