Así, a pinceladas salvajes y sin reflexionar en recursos retóricos ni truquitos literarios, les cuento las primeras vivencias en Chile, la vuelta al español, el regreso al besuqueo. Y a las miradas.
Jere: "Uy, mirá, acá se dice fósforos"
Nosotros: "Y nosotros cómo decimos?"
Jere:"FÓFOROS"
Jere, llorando angustiado la primera semana de clases: "Van a pasar dos años hasta que alguien me invite a jugar a su casa"
Acto seguido suena el teléfono, una y otra vez, llueven las invitaciones. Niño feliz, gran sonrisa. Nos apuntamos un poroto. Es que quién puede resistirse al encanto de Jeremías?? Los tiene a todos conquistados.
A Coni le llevó dos días y medio adoptar el acento, la tonada, y los vocablos chilenos. Es un camaleón linguístico. No deja de asombrarme.
A los dos días de llegar, Coni ya tenía mejor amiga, segunda mejor amiga, una invitación para quedarse a dormir, una salida al cine, un séquito de nenas que la venían a buscar en los recreos y hasta un entredicho con sus pares féminas sobre "ella dijo que vos dijiste que yo dije"... Y acento chileno, obvio.
Mi primera visita al supermercado fue una bocanada de aire fresco al volver a tener al alcance de mi nano (y de unos cuantos pesos chilenos) alfajores, dulce de leche, tapas para empanadas, tapa pascualina, bocaditos Havanna, caramelos sugus, manteca con gusto a manteca y variedad de yerba mate. Entré y casi no salgo.
Los chilenos son amables y educados. Las calles son limpias, impecables. Los carabineros son confiables. Hay un montón de guardias privados de seguridad. La vista de la cordillera me agrada tanto que me hace sonreir todas las mañanas. El smog está apando la vista de la cordillera porque hace días que no llueve. Eso es una pena: sin la cordillera Santiago parece una ciudad más.
Los primeros días era vírgen del miedo. Caminaba suelta de cuerpo con mi cartera y mis cosas y mi propio yo sin preocuparme de robos ni asaltos ni de nada. Era libre y feliz.
Pasaron tres semanas y me han hablado tanto de los peligros que ayer hasta me tomé un taxi para volver del super que está a una cuadra (literalmente!!). Extraño la seguridad de Melbourne.
Me quedan dos temas: la "nana" y "las poblaciones" (o campamentos, o asentamientos. O "villas miseria" como le decimos en Argentina). Y vaya que son temas.
La nana es la empleada. Puertas adentro, o por horas.
Perdón, me corrijo: la nana no es la empleada. La nana es una institución. Una empresa. Un tema permanente de conversación. Un emblema. Un indispensable. La nana es la vara con la que se miden las jerarquías. Y, a su vez, la nana es parte del paisaje, con su uniforme cuadrillé en colores variados, en largos diversos, con delantal o sin. La nana es prócer y figura. (To be continued).
Y las poblaciones son un tema triste y a la vista. Una herida. Las tengo a dos cuadras de mi casa. Y a cinco metros del colegio de mis hijos (privado y caro). El contraste es una bofetada a cualquiera con sentido común. Veremos si el mío lo mantengo, o lo pierdo con el correr de las comodidades...
La próxima les cuento un par de breves. Nos vemos.