18 noviembre 2009

Me falta algo

Estoy confundida. Acabo de volver de una semana en Buenos Aires. Fui solita, marido e hijos a cargo de la nana (bah, quiero decir, hijos a cargo de la nana; marido hopefully not!).
Estoy en BA, la paso genial, salga a comer, cafecito a toda hora, las mejores medialunas, no hay horarios, no hay límites, todo un sueño. Casi turista en mi propio país, viviendo las bondades de la ciudad que no duerme con la ventaja de conocerla como local y mirando las miserias a través del cristal que me concede mi condición de quasi turista. Todo un lujo.
Y vuelvo. Inexorablemente me tomo el avión y me vuelvo a... hete aquí el dilema. Ya no vuelvo a Australia. Ya no me despido en la puerta de embarque con el nudo en la garganta. Ahora subo al avión y ya no cambio de idioma. ¡¡Pero yo quiero!! Les pido, les ruego, háblenme en inglés, sedúzcanme, vivo en el extranjero, soy una inmigrante, por favor!! ¡¡Necesito no entender a veces, esforzarme, reírme con los malentendidos, leerles los labios!!
Y no. No hay caso. Llego a Santiago. Todo en español. Apenas cambia un poco la geografía. Y la falta de humedad. Pero me saludan en español y me piden mi pasaporte en español y me preguntan si traigo frutas o productos prohibidos en español. Y yo sufro.
¡¡Así no tiene gracia ser inmigrante!! ¡Que me hablen en inglés, exijo! Que me devuelvan mi condición de auténtica inmigrante, ¡caramba!
Es que me confunden, sino. Me confunden, for goodness sake.